lunes, 4 de julio de 2011

¡Ay libertad!

La más bella de las damas yacía en el oscuro suelo rodeada de rosas y amapolas. Tres jilgueros con su vuelo la acompañaban en su pesar. Aquella dama estaba ciega y presa en aquel lugar.

Una suave brisa entró en aquella cárcel floral y le susurró:

- Bella dama, he venido para salvarla, deje que le bese la mejilla y haré que sople tal viento que la saque de este lugar. La meceré entre mis alas con suavidad, como si de uno de sus jilgueros se tratase, la haré volar. Créame, pues por algo en este mundo me llaman libertad.

Aquella prisionera sonrió, miró sin mirar y dijo sin hablar:

- Escúchame libertad, no soy presa de ninguna flor, cada rosa que ves es alguien a quien abracé, cada amapola alguien a quien besé. No sería ciega si el corazón pudiese ver y estas rosas no tendrían espinas si no existiesen ni los celos ni el rencor… ¡Ay libertad!, si yo fuese libre no me llamarían amor.

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