jueves, 20 de octubre de 2011

PEDACITOS DE HASTÍO

   Pedacitos de hastío que cada uno lleva consigo, por ejemplo mi boli, cansado de ser mordido, o tu entrepierna, cansada de mi olvido. Trocitos de hastío como los terrones de azúcar que dejaste flotando, sobre mi almohada, la última vez que decidiste posarte sobre ella. Terrones de azúcar que estoy cansado de intentar disolver con las lágrimas de mi hastío.

   Cansado estoy de las huellas de fantasmas que dejaron de levitar y que gimen soledad. Cansados los fantasmas de avisarme a patadas en el suelo de lo que todos sabíamos que iba a pasar.

   Harto de tantas manchas de sangre en el salón donde ahorqué al guardián del cajón donde escondes tu hastío.

   Cansado de sentir arrugado a mi corazón, casi ahogado en tus lamentos de alcohol y golferío.

   Tantos pedacitos de hastío deben tener mis emociones, como palabras hay escritas en su nombre.

  Hartas están las horas de oírme contar los suspiros del segundero

   Cansada la Luna de cabrear y enrojecer al Sol. Cansado el Sol de tantos poetas de la Luna.
  
   Cansados los ojos de los que miran por dentro

   Depresiones, hipocresía, falsedad, la inocua sociedad del bienestar, conformismo, tolerancia a cada revés que vemos que la vida le da al de más abajo, prisas, estrés, trabajo o la falta de él... el hastío del gentío se calza las manos a veces con camas de faquir, para luego firmar acuerdos con nuestra maltrecha conciencia.

   Cansados están los viajes y caminos de tantas metas.

   Hartas las ventas de maletas donde caben los valores de mil personas con porvenir.

   Mis sueños están cansados y atados al garrote vil, que gira y se acerca con cada acto de razón o lógica, con cada mesura, con cada pensamiento que no siente mi vendido corazón. Vendido por que vendió su forma de corazón y ahora tiene una esquina por cada espina que decidiste enseñarle y le hiciste creer que arrancaría.

   De nada servirá lamentarse de cada pedacito de hastío, más vale hacerlos aliados de mi días más lúcidos, agarrarlos de la mano y salir con ellos a donde ya saben que será. A bares de truhanes. A bares donde no hay señoritas, a bares de vistas perdidas, a bares donde la entrada cuesta diez pavos y doce sonrisas, y a cambio te dan una consumición y un puñado de risas. 



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