martes, 15 de noviembre de 2011

AL TRASTE. Capítulo I: De vida oxidada y sin afilar

 " Personas con una vida oxidada y sin afilar." Kp

   Una noche más al volante de mi boli, desde aquí se ve el punto final de mi conversación, seré breve así que vamos allá: Hay un camino no muy lejos de donde quiera que estés ahora donde salen a andar las personas sin juramento. Personas con una vida oxidada y sin afilar. Personas de pocas palabras y menos caricias. Antiguamente ese camino llevaba al traste, lo recuerdas, ¿verdad?, fue allí donde, en más de una ocasión, me abandonaste. En uno de tus abandonos, mientras volvía a casa con las manos metidas en los bolsillos, cabizbajo, como siempre, con mi sombra como copilota y el rechinar de mis botas sobre el empedrado suelo como banda sonora, conocí a un niño que decía odiarme, a un anciano que decía envidarme, a una mujer que decía amarme y a un hombre que decía compadecerme. Todos ellos acompañados. Porque será que yo andaba solo, con la puntería de mis patadas a las piedras del camino desafinada. Solo. Solo pero en dirección contraria, rumbo a casa, a diferencia de todos ellos que iban al traste, “hay quien merece una segunda oportunidad” decía uno de los acompañantes. “Hay quien muere como todos y vive como nadie, pero también quien vive como todos y muere como nadie” decía yo. 

   “El traste es para los olvidados”, reza un cártel a la entrada del mismo. Allí sólo hay zumbidos de delirios y flores de desconcertados. Luz de los traicionados, levedad de los obligados. El traste, buen sitio de veraneo para quienes padecen de realidad congénita. El traste es orificio de obviedades y sutura de inquietos. Es bonito en cierto modo, pero yo prefiero el camino del derrotado al destino del conformista. Prefiero perder y ser vencido a ganar y ser hundido... porque la vida me ha enseñado a odiar-me, a renegar-me e incluso a olvidar-me, pero se le olvidó enseñarme el cómo postrar-me...

   Así que sigo caminando, con ese punto suspensivo como última patada a la piedra del camino, con ese vértigo que tengo a lo suspensivo... sigo caminando. Al anochecer paré a dormir a un lado del camino, encendí una hoguera, me acurruqué tanto que esa noche habría podido dormir en la sombra de una moneda. 

   Soñé contigo

   Sólo recuerdo que la última vez que me digné a mirarme a los ojos durante el sueño, te vi allí, reflejada en mi mirada, llorando, como siempre te veo cuando vuelvo del traste. Llorando. Yo lloré también, pero no eran mis lágrimas las que derramaba, sino las tuyas, mezcladas con la sangre de mi cordura. De mi maldita cordura. 

   Desperté sin ti

   Allí, hecho un ovillo de sudores fríos y ojeras húmedas, me levanté y me incorporé... ya sabes... con las manos en los bolsillos y de nuevo a mi camino, de vuelta a casa, de vuelta al principio. Luego pienso y me digo al oído: “oculté sus caricias en uno de mis bolsillos, le robé esos chasquidos que hacía con los dedos y los guardé entre las costuras de mi abrigo, los sacaré y haré mi viaje más entretenido” 

   Lloré tus caricias y maldije tus sonidos

   El día en que tu ausencia me entretenga ahorcaré mis sentidos del álamo que hay plantado cerca de mi conciencia. El día que vuelva a robarte algo no serán tus caricias ni sonidos, será eso lo que deje, y al resto... ¡¡al resto me lo llevaré conmigo!!

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