domingo, 6 de noviembre de 2011

EL ÁGORA DE LOS SUEÑOS ROTOS. PARTE I

   Hay una nube nómada donde las haya. Una nube que no suele llover, que es del mismo color grisáceo que tu ausencia  y que sólo se deja ver al atardecer. No es una nube cualquiera, de eso sabía mucho Daniela. 

   Daniela era una niña introvertida y extrovertida a la vez, sabía conjugar a sus doce añitos, ambos aspectos, le encantaba mirar escaparates enormes llenos de cualquier cosa que estuviese meticulosamente ordenada, y quedarse dormida, los domingos justo después de desayunar. Esto último sólo lo hacía si su madre había adornado el anaquel de la cocina con lavanda recién cogida. No sabía porque, pero el olor a lavanda siempre la adormecía.

   Ese día era uno de los domingos en los que la cocina no olía a lavanda y por esa misma razón salió un poco antes a jugar al valle. Cerca de casa había una pequeña ladera, y allí, a sus pies, solían juntarse ella y los demás niños del barrio para jugar a “úrdeles”. Después, cuando ya estaban todos cansados, solían acostarse bocarriba sobre el césped de aquella ladera y jugaban a darle forma a las nubes que visitaban su particular pedacito de cielo. Todos solían decir en voz alta la forma que lograban ver en cada nube, todos excepto Daniela. Ella no solía ver ninguna forma especial y a veces,  ladeaba la cabeza buscando la figura que sus amigos decían haber encontrado, pero siempre sin éxito para ella. No contaba con que cerca de donde se tumbó había una pequeña mata de lavanda creciendo con ardor. Su fragancia no tardó en hacer mella en la pequeña niña que a cada vez cerraba los ojos durante más tiempo, hasta que se durmió.

   Se durmió, y como siempre le había pasado, al rato, se despertó. Estaba allí sola, sus amigos parecían haberse ido, y mientras se estiraba y bostezaba a la vez, vio en el cielo una nube con un círculo redondo en el centro. Se dijo: “¡anda!, esa no es como las demás... es como... como...” y luego, en voz alta, a modo de triunfo, dijo: - Es como una panza, y ese es su ombligo. – señaló alegremente, con un ojo cerrado al centro de la nube, y al hacerlo... éste se cerró en torno a su dedo y la despegó del suelo, levitando y en un abrir y cerrar de ojos, lo que era hierba se tornó nube... lo que era verde, se tornó gris. 

   Daniela se incorporó con los ojos abiertos de par en par y con el dedo índice aún señalando a algún lugar, y dijo disimulando su asombro:

- Estoy volando...  sobre una panza...

Una voz la interrumpió corrigiéndola:  

- Un ágora, para ser más exactos, el ágora de los sueños rotos.

...
CONTINUARÁ

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