sábado, 19 de noviembre de 2011

AL TRASTE. Capítulo II: La regla que me dejaste robar

"...con uno de tus más de mil doscientos tipos de sonrisas, dos y media por cada verso que te escribí" KP

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  Aún de vuelta del traste. Saco del bolsillo esa regla que me dejaste robar y con la que puedo medir hasta lo imposible. En ella, la distancia entre punto y punto es la distancia que hay entre las comisuras de tus labios cuando sonríes. Cuando sonreías con uno de tus más de mil doscientos tipos de sonrisas, dos y media por cada verso que te escribí. Esa regla con la que antes solía medir mis sueños y así saber cuánto tiempo volvería a dejar pasar, hasta volver a cerrar los ojos en el plano horizontal.

   Tal vez debería deshacerme de ella, ya no tengo nada que poder medir, ya no encaja en aquella regla la mueca de ninguna sonrisa y encima, desde que te fuiste, empieza a pesar cada vez más.

   Me encuentro con un vendedor ambulante al borde del camino, vende a cabizbajos que se detienen buscando un placebo material. Yo soy uno de ellos. Veré si soy capaz de venderle aquella regla. Hoy me desharé de ella.

   Le pregunto al vendedor:

   - Oiga, tengo algo que tal vez le interese, ¿le gustaría comprarme una... – fui interrumpido por las palabras y la mirada ausente de aquel hombre que me dijo:

   - Sólo compro objetos a valientes. Aún no sé si vosotros lo sois – Luego arqueó una ceja y la elevó hasta que casi la perdí de vista en ese enorme sombrero que llevaba. Escupió y se quedó allí, cabizbajo...

   - Soy valiente pero... estoy solo – Le respondí

   - Perdone... como verá, soy ciego, y me dio la impresión de que eran dos... lo siento.

   Ni me percaté de que aquel vendedor no podía ver, parecía que él no era el único ciego allí. Seguimos hablando:

   - No, perdóneme usted a mí, no me di cuenta, pero si, voy solo.

   - ¿Está solo? ¿Eso cree? Si está solo nunca será un valiente, a lo sumo será un osado. Los valientes luchan por alguien más que ellos, el osado lo hace porque no tiene nada que perder, es decir, no es solo osado sino un ignorante también. Todos tenemos algo que perder... aunque sea la vida.

   - Entiendo... – Si quería deshacerme de aquella regla mía y quería hacerlo sacando algo de partido parecía que debía de seguirle la corriente, así que dije: - En ese modo nunca estoy solo, siempre tengo a alguien y dígame, cómo puedo venderle algo, cómo puedo convencerle de que soy valiente.

   - Un valiente, entre otras cosas, es aquel que no provoca combate. ¿Eres un valiente?

Recordé el cómo llegué a ser abandonado en el traste y, resignado, respondí:

   - No, entonces no lo soy.

   - Ya sabía yo que no lo erais... digo... eras. Da igual. Déjame ver eso que quieres venderle a este viejo vendedor. 

   - Sí, claro, tome... aquí tiene. – Saqué la regla del bolsillo donde la había tenido asida durante todo ese tiempo, alargué la mano y se la di a aquel hombre. Él empezó a recorrer la regla con sus manos, como intentando averiguar que era y para que servía. Quise explicarle lo que era, pero quería ver primero su reacción. Su reacción fue:

   Sonrisa de tendero que está a punto de timar a alguien --- Mueca de incredulidad --- Retirada de la ceja que escondía en el sombrero para hacerla visible --- Fruncir, no sólo el ceño, sino toda su cara --- Escupir a un lado --- Carraspeo --- Y finalmente, alargó la mano y me la devolvió. Luego señaló a un cartel que tenía tras unos collares de almejas y dientes de tiburones delante, medio tapándolo, y dijo mientras yo lo leía:

   - Sabía que no me equivocaba al decirte que erais dos... lárgate de mi tienda.

   Desconcertado lo escuché y desconcertado leí en aquel cartel:

“NO SE ADMITE LA COMPRA-VENTA DE CORAZONES”

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