martes, 1 de noviembre de 2011

LA SONRISA DEL MUNDO

      Sergio abandonó el café con leche, con hielo y con baylis en su cafetería de costumbre por un solo de la máquina de su nuevo empleo. Hoy hacía exactamente un mes y veintinueve días que seguía esa misma rutina. Solía sentarse en la mesa más lejana a esa asquerosa cafetera, supongo que porque quería que el camino hasta su primer sorbo fuese lo suficientemente largo como para prepararse para beber aquel potingue. Pero, no escribiría éstas palabras si ese día no hubiese sido distinto a los anteriores, lo fue, en un detalle significante. Sergio sonreía, allí sentado con la cafetera a casi veinte metros de él, justo en frente, como siempre... sonreía. Soñaba despierto sobre algo que nunca contó, a nadie excepto a su sonrisa.

      Inma era una adicta del orden, la limpieza y las cosas antiguas, trabajaba hasta tarde y nunca se quejaba de las horas “extras”. Miraba con recelo a cualquiera que, del género opuesto, se le acercara. Solía ocurrir pocas veces, pero aún así, ella misma se encargaba de que fueran todavía menos. Pero había alguien al que aún no había prejuzgado y metido en el saco de los “todos son iguales”. Ese alguien empezó a trabajar en su planta no hace mucho. Ya sabéis donde se sentaba, y es por ello que Inma siempre esperaba a tomar su café, ese que tanto le gustaba, justo después que él. Así le daba la oportunidad a la casualidad de que cruzaran sus miradas. Cual fortuna la suya que hoy no sólo fueron miradas, sino también una sonrisa, inesperada la sonrisa e inesperada la sensación que en Inma provocó dicha casualidad. Tal fue la sensación que esa tarde no decidió hacer ninguna hora extra y salir del trabajo justo cuando Sergio. No consiguió volver a verlo, la casualidad no le volvió a sonreír, pero ella ya se daba por satisfecha. En el camino a casa, al volante de su Volkswagen, Inma casi tuvo un accidente, un peatón cruzó la calle ensimismado en  la música de su mp3.

      Enrique tuvo el susto de su vida. Casi es atropellado por prestar atención a una canción de Marea. Dos días después mientras iba a la universidad,  recordó aquello que le ocurrió y decidió prestar más atención, vio un coche en la distancia y aunque le daba tiempo suficiente para cruzar, decidió esperar a que pasara. Mientras esperaba se acercó una compañera de clase, le saludó, pero él pareció no hacer ni caso, estaba demasiado atento, esta vez, a la carretera. Ella insistió lo imitó y poniendo cara de preocupación empezó a mirar a un lado y otro de la carretera, con la mano en forma de visera, el ceño fruncido y gesto primitivo. Enrique no tuvo más remedio que darse cuenta de su presencia para luego reírse de sí mismo, al terminar la imitación él le contó el porqué había estado tan atento a la carretera, y de camino a la universidad ambos se rieron de su torpeza con clásicos como: “los hombres sólo podéis pensar en una sola cosa a la vez” o “era una mujer quien conducía, como no, mujer tenía que ser”. 

     Nuria, la chica con grandes dotes para la imitación y que ahora entraba con Enrique al campus hablando sobre las peculiaridades de los profesores que esa tarde tendrían que aguantar, era una chica muy guapa, lo suficiente como para provocar celos en aquella que normalmente solía ir agarrada del brazo de Enrique por aquellos lugares del Campus, y que debido a una discusión de la noche anterior, hoy ya estaba en clase, escudriñando a través de una de las grandes ventanas. 

     Sara era su nombre y celos el de sus emociones actuales. Los mismos que le susurraban: “Si Enrique es lo suficientemente rápido emocionalmente como para reírse y pasárselo bien con su nueva amiguita, después de la mierdas que me dijo anoche, supongo que será también muy rápido para pillar mis indirectas de hoy, por lo pronto, no va a saber nada de mí en todo el día”. Sara cogió la mochila cargada de libros, se la colgó de uno de los hombros y salió de clase. Volvió a casa,  y para distraerse, se puso a diseñar aquello que prometió diseñar hacía una semana  y que a menos de un día de su fecha límite aún no había terminado. Era una pancarta, justo esa mañana desistió en su intento de hacerla. Pero ahora tenía tiempo, necesitaba enfocar su atención en algo que no fuera autodestructivo y las pinturas y el cartón tenían pinta de no serlo. Hizo una enorme pancarta que enunciaba: “¡¡ESCUCHA!! EL PUEBLO ESTÁ HABLANDO”. Ya estaba preparada para el 15-O, manifestación a la que iría al día siguiente. 


     Allí mismo, un día después, Sara se desahogaba gritando a favor de los derechos de los ciudadanos, la equidad, la justicia, en contra de los recortes, de las falsas democracias y un  largo etc más. Pancarta en mano y móvil apagado en el bolsillo, recorrió las calles de su ciudad junto a otros tantos miles de indignados.

      Oliver, fotógrafo independiente, interesado en la creatividad y la fuerza interna de las personas, poeta de puertas para adentro, intelectual de puertas para afuera, sarcástico, crítico y hoy también, manifestante. Estaba allí en busca de la señorita inspiración. Fotografió entre otras, la pancarta de Sara. Estaba bien elaborada y hacía de bienvenida al resto de mensajes. Consiguió vender la foto de Sara, su indignación y su pancarta a un periódico nacional. Horas más tarde también la vendió a otros periódicos de otros países. Sacó un buen dinero y con él decidió lo que todo poeta habría decidido, invertirlo en la causa. Rescató, refundó y dirigió una emisora de radio orientada a los ideales del movimiento. Participó en dicha emisora durante años y su forma de plantearlo atrajo a muchos miles de ciudadanos. La voz corrió de boca en boca, de móvil en móvil y de web en web hasta convertirse en una de las emisoras más escuchadas. Sirvió también de pasarela a nuevos poetas, literatos, cantantes, diseñadores...etc. Todos con nuevas ideas y proyectos. Uno de ellos cuajó en la sociedad. Se llamaba “Escucha-Te” y propagó una idea de formación individual y colectiva donde primaban valores que ya creíamos perdidos con un aire fresco y renovado. Tuvo que pasar casi medio siglo para empezar a notar los cambios en la sociedad. Pasamos de buscar la riqueza en materiales, bienes o dinero, a buscar la riqueza interior, de conocimientos, amistades, principios... Un gran paso que Oliver lideró de alguna forma y que, ya en su vejez, intentó averiguar cómo ocurrió.

***

       Encontró, a través de la foto, a Sara, la responsable de su empujón económico. Hablando con ella, se enteró de la historia de celos y cabreo que había tras esa pancarta. Luego consiguió encontrar a Enrique, casado con su mejor amigo de la infancia, le preguntó el porqué de su engaño con esa otra chica. Él le contó vagamente el cómo la conoció. Le dijo que fue una casualidad, que como unos días antes casi lo atropella una mujer, ese día se quedó allí, dudando sobre cuando cruzar. Entre risas, Enrique, le contaba a Oliver que aún hoy miraba cuatro o seis veces a ambos lados, se había convertido en una manía suya. Recordaba que era un Volkswagen y que venía de la única sede de oficinas que había frente al Campus Universitario. 

      Cualquiera se hubiese detenido en esa particular “investigación”, pero Oliver hacía poco caso a las detenciones. Así que fue a las oficinas y preguntó por lo sucedido. Nadie recordaba nada y la única persona de cierta edad, mujer y que condujera un viejo Volkswagen, era una de las directivas. Aunque ya le avisaron los trabajadores de que era imposible que fuera ella, debido a lo previsora y perfeccionista que solía ser, Oliver se citó con ella. Por supuesto acertó, y por supuesto, alguien con una personalidad como la de Inma, solía no olvidar ese tipo de “fallos”. Allí mismo Inma le contó los cuatro únicos errores de su vida. Entre ellos estaba ese. Se justificó diciendo que su corazón le había jugado una mala pasada. Ya era una anciana y podía permitirse el lujo de hablar de sus emociones sin ruborizarse... o eso creía. Le contó como una sonrisa y un guiño (esto último fue algo que añadió su memoria con el tiempo), la hizo perder su buena costumbre de trabajar todo lo debido, ese fue el día que casi atropella a un chaval. Oliver se sentía afortunado, ahora solo quedaba saber porqué sonreía aquel tal Sergio. Pero pronto descubriría el revés de su fortuna, Sergio había muerto años atrás sin saber el poder de su sonrisa. 

      Oliver publicó lo que había descubierto y lo tituló “La sonrisa del Mundo”. Las últimas palabra de aquel libro que marcó un antes y un después en nuestra sociedad, fueron las mismas palabras que rezan en lo que sería, años después, el epitafio de Oliver, ponía: "Ya sabes... sonríe", pues tal vez, aún sin saberlo, la sonrisa de aquel soñador, cambió el Mundo...

4 comentarios:

  1. Dos meses y unos días después, tus palabras me hicieron sonreír, como casi siempre, sin tener razón alguna para hacerlo...

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  2. Me alegro :)
    Ya sabes... una sonrisa puede cambiar el Mundo...

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  3. Me alegra ver una entrada acerca de sonrisas por fin, Watson ;)

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  4. Para ti siempre hay un saludo y una sonrisa, sherlock
    :)

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