miércoles, 2 de noviembre de 2011

OJOS VENDADOS

Últimamente no suelo aguantar mucho con los ojos vendados. Literalmente.

A diferencia de lo que ocurría antes, no me gusta lo que veo cuando cierro los ojos. Dejo de escribir a cada pocos segundos para dudar, me atiborro de incertidumbre. Tengo miedo. Puede que no sea lo mejor, pero pienso, y luego me destapo. Veo luces donde antes veía cielos. Siempre he sido de los que querían sentir, en cambio, últimamente, soy más de necesitarlo.

Siempre dije que me vendaba los ojos para obligarme a mirar hacia dentro, para escribir lo que allí viese, pero últimamente me mareo, como cuando te echas a la mar y solo ves agua, sin nada de tierra alrededor, ni un punto de referencia para no marearte. Entonces oigo mi respiración, la sigo, siento el movimiento de mis dedos golpeando sobre el teclado, mi pecho al llenarse de aire y al expulsarlo. Todo al ritmo de las olas de, éste, mi particular mar. ¿Cómo puedo marearme? aún sin capitán, aún sin rumbo, aún sin balanceo... me mareo. Es como si me cabeza quisiera salir de mi cuerpo, como si mi mente quisiera irse y dejarme aquí tirado. Como si algo dentro de mí se hubiese rendido.

No voy a permitirlo, no voy a dejar que eso pase. Ni voy a rendirme, ni voy a marearme en el mar que yo mismo me encargue de llenar a base del sudor que me costó volver a aprender a llorar. No voy a permitirlo. Tendré que vaciarlo, volver a convertirlo en tierra más o menos firme. Por  eso creo que estoy aquí, para vaciar mi mar en forma de palabras golpeadas, en forma de palabras sin mirar. Hoy que no me llame  nadie por teléfono preguntándome si creo en dios o si recuerdo que he soñado. Hoy dejad dormir tranquilo a mi móvil y olvidaros de intentar hacerme vibrar con vuestras emociones.

Es curioso, acabo de darme cuenta de que aun con los ojos cerrados algo se me metió en el ojo y me molestó. No viene de fuera, sino de dentro. Las espigas de nuestro interior que alguien dijo que no veríamos en nuestros ojos, aún viendo el grano en los ojos de quienes nos rodean. Cual coraje no guardaré dentro que cada vez que pienso en eso mismo, en mis adentros, me da por escuchar algo que creo ajeno y que al final, resulta ser el rechinar de mis dientes , peleados , enganchados los de arriba con los de abajo, en una batalla dialéctica y eterna que parece no entender que las grandes gestas, nunca serán grandes a los ojos de aquellos que no tengan grandes corazones.

Nos entretenemos en hacer reglas para medir aquello que sabemos que en esencia no es medible. La distancia entre tu boca y la mía se podría medir en metros o kilómetros, pero sabes que mis labios ahora están contigo y los tuyos están tan lejos de los míos que no habría ni años luz bastantes para poder contarlos.

O por ejemplo tu corazón y el mío, son medibles, su peso, sus latidos, su forma, su tensión, y... ¿quien cuenta los latidos del corazón de alguien que lo perdió, o cree saber la forma de un corazón que, como el tuyo, echó a volar? O lo sueños, sin ir más lejos, los sueños pueden medirse y clasificarse, por ejemplo entre los más o menos intensos o entre los que fueron cumplidos y los que no, o entre los que luchamos por ellos y los que  no.

Pero nadie dice todo eso simple y maravillosamente ES.
Sin artificio reglado ni mensaje malinterpretado.

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