jueves, 8 de diciembre de 2011

AL TRASTE. CAPÍTULO VI: EL VACÍO LLORANDO

   Me senté en una roca y escribí todo lo que hasta ahora habéis leído. Estrené así lo que antes era mi armónica y mi medicación y ahora era mi boli y mis páginas en blanco. Al terminar me sentí mucho más aliviado, mis sospechas eran ciertas, ahora mis palabras sustituirían a mi necesidad de medicarme.

   Guardé mis pertenencias. Me prometí a mi mismo que algún día volvería a ese muro, se me ocurrían muchas cosas más que podría lanzar. Me volví a incorporar al, ahora, menos transitado camino, una vez más era el único que volvía del traste, el resto, tanto o más cabizbajos que un servidor, andaban en dirección contraria. Al menos ellos tenían claro cual sería su destino...

   Llegó un momento en que el camino se convertía en una cuesta ascendente, luego en una inclinada pendiente y terminó convirtiéndose en una buena razón para limpiarme el sudor y hacer notar a mi corazón. Desde todo lo alto de aquella colina había unas vistas increíbles, así que me acerqué a una de las zonas con más visibilidad y me senté a descansar. Podían verse vastos campos de cultivo, resguardados en el horizonte por un abrigo de montañas grises de cúspides nevadas. Inundaban el panorama el amarillo de los trigales, el verde de los naranjos aún sin fruto, el azul de los arroyos y el naranja efímero y marchito del atardecer. 

   Una voz rozó mi espalda diciendo:

   - ¿Sabes?, es mágico

   Me di la vuelta, vi a un anciano de espalda y nariz encorvadas, gruesa barba y pardos ojos. Llevaba una camisa de cuadros clara y un pantalón de pana que acababa en unas botas más usadas que mi corazón. No me miraba a mí, su vista estaba perdida en la lejanía de aquel precioso paraje

   - ¿Qué es mágico?, ¿el paisaje?- Pregunté

   - Mágico sí, eso dije, para mí es un amanecer al borde unos fiordos excavados en la roca con un inmenso océano de límites inalcanzables para estos viejos ojos. Noto hasta la brisa que traen las olas. – Respiró hondo cerrando los ojos y luego continuó explicandome: - Supongo que estarás sorprendido. Seguramente no es lo mismo que veas tú, ahí reside su magia, cada uno ve lo que quiere ver. 

   Sonriendo, volví a girar la cabeza hacia aquel paisaje mágico y se lo describí a aquel hombre. Aunque algo había cambiado, ahora se podía ver el mar entre las montañas que veía a lo lejos. Le conté aquel cambio repentino y me dijo que su magia también permitía ver aquello que imaginábamos, y que, claro, después de su entusiasta descripción del mar lo había imaginado casi sin querer.

   Allí estuvimos un rato hasta que me propuso que imaginara algo muy concreto.

   - Imagina que llueve en tus vistas. Imagina que no llueve agua. Imagina que lo que llueve son tus palabras. Dime ¿qué ves?

   No fue fácil, pero en poco tiempo empecé a ver un temporal acercándose a aquello que ya no era un valle, ahora era una gran ciudad, era de noche y casi podía ver al mismo tiempo todo el conjunto de la ciudad y cada uno de sus detalles. Podía ver la inmensidad de sus edificios casi rasgando las nubes que empezaban a invadir sus aires y también a cada una de las personas que pululaban por sus calles alzando la vista y aliviando sus pasos. Todo cambiaba muy deprisa, así que me apuré en ir describiendo lo que iba apareciendo:

   - Veo una gran ciudad inmersa en una nublada noche. Empieza a llover, pero no es agua, sino palabras las que caen del cielo, puedo fijarme y veo romperse contra el suelo a: “Gris”, “flexo”, “puntiagudo”, “lanzadera”, “salpicón” y muchas otras... De repente todo cambia, es como si ahora pudiese ver al mundo entero. Veo mares y océanos de prosa, ríos de turbulentas poesías, arroyos de cuentos, tranquilas conversaciones filosóficas hechas lagos... No sé cómo, pero puedo ver poemas de amor colarse entre las grietas de aquellas rocas, forman ríos subterráneos, llegan hasta lo más hondo y luego desaparecen. Veo discusiones hechas charcos que muchos pisan... Todo se detiene y vuelvo a ver aquella ciudad que te describí al principio... ahora sus canalones rebosan palabras que se entremezclan, los paraguas de la gente se quedan impregnados de frases hechas. Los refranes calan a los más osados. Arrecia con más fuerza el temporal de mis palabras y en lugar de ellas, veo colisionar contra el asfalto y las aceras largas frases mías, logro discernir algunas como: “Que se enteren mis dos vecinos, la razón y la fe, que me mudo a estos puntos suspensivos”, “Suspirar en un mundo donde no se puede respirar”, “Soberbia prórroga de la primavera”, “Mi alma vive en tus ojos, enamorada de tus azules, presa de tus grises”, “Ahora que me entretengo zurciendo nubes para regalarte tormentas”,  “Tengo al alba secuestrada y no voy a dejar salir al Sol hasta que la Luna no demuestre que no soy el único soñador” y muchas más... – Se me escapa un suspiro, pues lo que veo ahora me sorprende, eres tú, llorando “te odios” en una de esas calles sin iluminar, tus lágrimas se entremezclan con palabras como “primavera”. Decido no contarle quien eres a mi viejo amigo, así que sigo diciendo: - Veo a una chica llorando, las nubes se aúnan, se centran en una sola, abandonan el resto de la ciudad para cubrir el cachito de cielo que hay sobre ella, llueve aún con más fuerza. Ella cae al suelo, con sus brazos cruzados sobre su pecho lanza un grito al viento y luego...

   - ¿Y luego...? ¿Qué le ha pasado a esa chica? – Dijo preocupado aquel anciano

   - Luego solo llovieron “Te quieros” – Se agitó mi pecho, se desbocaron mis nervios y grité al cielo creyendo que aquella chica podría oírme: - ¡¡Deja de llorar!!¡¿Por qué lloras?! ¡¡Deja de llorar!! – Me miró, parecía estar a varios kilómetros de distancia y tan cerca a la vez... me miró y me dijo:

   - Lloro porque mi corazón es tan pequeño que nadie quiere quererlo.

   - ¡¡Tu corazón no es pequeño!! ¡¡Créeme, si tu corazón fuese una nube cubriría mi cielo!! ... – Sus ojos se abrieron de par en par, dos grandes y últimas lágrimas que rezaban “me echo de menos a mí misma” surcaron su rostro. Seguí diciendo: - ¡¡Te empaparé hasta los huesos en “te quieros” hasta que dejes de llorar!! ¡¡Te lo advierto!!

   Quería abrazarla, di un paso, dos, tres y luego algo me detuvo, algo me agarraba de mi chaqueta, algo me empujó hacia atrás y caí de espaldas. Al abrir los ojos el cielo volvía a ser de día, estaba boca arriba en el suelo, un arrugado y barbudo rostro respiraba agitadamente cerca de mí. Me decía:

   - Chico, un paso más y habrías caído al vacío...

   Me incorporé y miré a mí alrededor, todo se tornó como al principio. Me eché las manos a la cabeza, ella había desaparecido, así que miré a aquel anciano y le dije:

   - El vacío del que hablas estaba llorando... el vacío al que dices que habría caído... necesitaba un abrazo.

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