miércoles, 11 de enero de 2012

AL TRASTE. CAPÍTULO IX: CARTA O E-MAIL


    Tengo la vaga sensación de haber tenido un sueño amargo, fue lo primero que pensé nada más recobrar el conocimiento. Estaba boca abajo sobre un montón de hojas y ramas a mi alrededor que me lleve en mi “descenso”. Me dolía la cabeza y todo parecía borroso. Aún era de noche. Acababa de caer del cielo, atravesar una nube, descender por una corriente de aire caliente como si fuera una hoja, había visto la majestuosidad de aquel paisaje, comprendí la magia de aquellos gigantes árboles y vi dos Lunas en el cielo y a pesar de todo ello, ahora mismo sólo quería recordar lo que había soñado mientras estaba inconsciente. Al hacerlo me dolió la cabeza, me tapé la cara con las manos y sentado en el suelo, apoyado en alguna superficie rugosa que supuse que sería el tronco de un árbol, intenté rememorar esa sensación.

   Lo primero que recuerdo es sentir como me arrebataban la felicidad de entre mis manos. Creo que un segundo antes de empezar a soñar era feliz, estaba relajado y todo danzaba a mí alrededor de forma armoniosa. Luego aquella sensación se me fue arrebatada, ¡sí!, ahora recuerdo, ¡estaba en casa!, era uno de esos días de otoño en los que las hojas forman su particular tapiz, en el que el olor a canela inunda la cocina y sube hasta mi dormitorio. Es uno de esos días que solían ser alegres en casa, pero que hoy, no lo era. Lloraba por dentro y palidecía por fuera, mis brazos estaban abrazando a alguien sin consuelo, rodeándome hasta casi tocarse en la espalda, sollozaba con el ímpetu de quien quiere arrancar a gritar y respiraba hondo con la angustia de quien lleva tiempo sin hacerlo. Recuerdo haber estado leyendo una carta, ¿o era un e-mail?, da igual el formato, sus palabras eran como un lento veneno que bebías y que solo te mataba al terminar de leer. Mi libertad y mis ganas de soñar me habían abrigado durante todos estos años atrás y ahora, una carta interrumpía su calor y me arrojaba al vacío de la certeza de que no volvería a llorar.

   Levanté las rodillas y me acurruqué en ellas, aún me dolía la cabeza, así que me pasé las manos por ella e intenté relajarme, todavía sin abrir los ojos, pues sabía que cualquier luz, aunque fuera una leve luz plateada y azul, me molestaría.

   Seguro que todas las personas han sentido lo que yo sentí después, necesitaba alguien con quien hablar, alguien que viese en mí algo de valor, que me hablara de pesimismo con la cara de alguien que sólo anda de la mano del optimismo, que me diera esperanzas... y seguro que a como a todos les ha pasado... no lo había. Fue como un sentimiento de rechazo hacia lo que somos, una sombría forma de pensar en este mundo sin nosotros. Sentí que el girar durante más de veinte primaveras había terminado por enloquecer a un otoño como yo. Creí que no había habido nada que hubiese hecho bien excepto darme cuenta de ello. Vi como mis sueños languidecían y atardecían y yo sólo le echaba la culpa al Sol, y por qué no, también al tiempo. Fue como tener delante la cruda realidad de que quien escribió esa carta o ese e-mail tenía sonrisas a prueba de soñadores, su voz llena de mentiras y su silencio de verdades.

    Todo era un caos dentro de aquel recuerdo, entonces encontré un retazo de bienvenida cordura donde agarrarme, recuerdo haber paseado por el campo de amapolas de tu mejilla, recuerdo haber visto a mis promesas y a mis versos hincados sobre la tierra de aquel lugar, atados a las comisuras de tus labios, ladeando su forma y regalando una risa sardónica que yo no veía, pues no te miraba, sólo te acariciaba.

    En aquel sueño, en aquella cama donde me desmoronaba recordando tu indiferencia sólo te imaginaba con una nota de alivio por no haber estado allí. Con los ojos entornados a la altura de mi ánimo, con las manos heladas y vacías como los bolsillos de mis sueños, con las palabras cosidas al boli gritando auxilio y mis almas, todas las que robé, apedreadas con tus malas artes. Recuerdo haber tenido, aún estando como estaba, la fuerza necesaria para gritar unas palabras a mis pasos: 

   “No volveremos a amarla, a ella no, amaremos con más fuerza a la siguiente dulzura que nos abra sus brazos, ¡pero a ella!, no le daremos ni el beneplácito de la duda, quemaremos sus cartas, eliminaremos sus e-mails, arrojaremos al mar metidos en orzas llenas de piedras sus arrullos y sus abrazos, la miraremos con indiferencia, pues no quedará nada de ella, más que lo que nos brindó cada día, seremos el espejo de su puta actitud, brillaremos donde ella nos arrojó sombras, saltaremos donde ella nos hizo tropezar, volveremos a hablar con sinceridad e ingenuidad donde ella solo sembró mentiras y tormentas... Pondremos nuestros “te quiero” bajo las suelas de nuestros zapatos y luego los ataremos tan fuerte como están ahora nuestros puños o nuestros dientes. Andaremos sobre ellos, es más...  ¡¡volaremos sobre ellos!!”

   Luego dejé de recordar... me levanté despacio, apoyándome en el tronco de uno de los pinos cercanos a aquel árbol gigante, hice un gesto de dolor, me puse a andar mirando mis manos y pensé racionalmente en todo aquello que había pasado por mi cabeza y dije: 

   “Yo aquí, con las manos y los ojos vacíos y echándole la culpa a mis bolsillos...” 

Sonreí y seguí adelante.

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