sábado, 25 de febrero de 2012

¡¡HOY MIS DEDOS HAN LLORADO!!

   Aham, de noche robé seis estrellas del cielo, dejé cojo al firmamento. Robé seis y ni una más, pues entre las seis sumaban en edad, el tiempo que mi aliento te estaría dispuesto a dar, y las robé una noche, por qué es sólo una noche lo que necesitaba mi ingenuidad para disfrazarse de pasión y hacer, que antes de que saliera el Sol, hiciéramos historia tú y yo.

   - Me obligas a conjugar en condicional: -  Habría desbordado la tela por encima de los botones de la blusa que seguro ya me hubiese dado tiempo a quitarte, destrozarte o arrancarte... Habría echado a patadas de la cama a mi ingenuidad. Habría mandado a paseo mi timidez y le habría dado dinero para comprarme el tabaco que habría fumado justo después de haberme presentado con dos o más besos a tu orgasmo. Me hubiese perdido entre los beneplácitos de tus sábanas, me hubiese perdido y te hubiese perdido a ti también... sin migas de pan, sin camino de vuelta, sin dejar seña ninguna para evitar que nos sigan a quienes hayamos echado de la cama. Habría dejado tus alas en la mesita de noche, y no me habría ido de tu lado hasta que no hubiésemos volado sin ellas. Habría roto el vidrio que rodea la cama en la que nunca dejas que me embarque y viva esas aventuras que haces sólo tuyas... tuyas y de muchos más marineros botarates que te han llenado la cama de tus amores de arrugas y sexo, con tanto compromiso por el desvarío que acababan oliendo a podrido. Pero yo... yo no sólo te habría hecho olvidar que la cama está hecha para dormir. Te habría hecho navegar sobre mi piel, como si del borde de una catarata se tratase. Habría dado al hombre que el día de mañana quisiera ser por ver-te desnuda entre mis ojos y mis pies.
  
 Déjame suspirar...

Continúo:

   Hoy he dejado fuera de mi habitación a la inspiración... son pocas veces las que viene a visitarme, pero cuando lo hace, arde mi nombre en su voz... lo hace hasta que me consume la desgana y me obliga a dejarla pasar. Pero hoy la puerta estaba cerrada para ella. La puerta era yo y el picaporte era el tacto de tu luz. Y mira ahora: con los sentidos obligados a confundirse por la tenacidad de quien siente demasiado adentro... y las palabras obligadas a ocupar el aire que debía de ocupar tu acelerado aliento.

    No estabas ni a tres palmos de mí, si hubiese querido, habría podido escribir mis palabras en tu mejilla. Pero no, las dejé revolotear por dentro. Si las dejase ir tan fácilmente me quedaría hueco... “¿sabes...? no, nada, déjalo.”

- No, ahora me lo cuentas... va

- No me haga caso, si es una tontería

- No seas así... – Ceñiste el ceño que hasta entonces habría jurado que no tenías – porfi – Me agarraste del brazo y tú lo hiciste sin reparo pero yo sabía que en cuanto dejaras de hacerlo sería a ese brazo, a esa parte de mí, la que dejarías sin amparo... ya no habría desde entonces pulsera ni grilletes ni piel que llevara con más orgullo.

- No, en serio...

- ¡Joder con tantos no!, ea, pues no me lo digas. Tantos no, tantos no, luego dices que si soy yo quien no da nunca su brazo a torcer... – Pasaste de los mimos y pucheros a uno de esas rabietas infantiles que tanto me gusta verte y que tenían más de interpretación que de corazón. 

- No seas así... – Dije otro “no” y justo después de decirlo me arrepentí de haberlo hecho. Aunque no me dio tiempo a evitar que esa ceja tuya se arqueara. 

   Luego carraspeé, bebí otro sorbo de mi copa y te sonreí, era una especie de perdón, tan mío, que nunca llegaba a funcionar. Tú te acercaste, dejaste de arquear tu ceja para hacerlo ahora con tus labios, te acercaste aún más... primero más que si fueras a hablarme, luego más que si fueras a bailar conmigo,  más que si fueras a contarme una confidencia... te acercaste tanto que creí que acabarías por instalarte en uno de mis ventrículos... Me besaste el cuello... aún me llevo la mano al lugar que besaste cada vez que lo recuerdo. Como si hubieses dejado allí tu huella... como si fuera la primera huella de quien pisó la nieve del polo norte. Luego seguiste dejando huellas... Una mano tuya en mi nuca, enredada en mi pelo, la otra en mi pecho... yo mientras, ponía en duda los efectos de mi interpretación: porque quería aparentar estar tranquilo y saber qué hacer cuando en realidad sólo me limitaba a cerrar los ojos de la forma más suave posible, intentado evitar que la más mínima brisa que pudieran hacer mis pestañas te espantase... 

   Empezó a hacer calor en el polo norte... habías adornado mi cuello y mi barbilla con tus besos. Me pasé meses deseándolo, y me pasaré muchos más recordándolo... ¿Cómo en tan poco tiempo puedes doblegar tantísimo a mis sentidos?... ¿Cómo puedes hacerme sentir tan libre si yo lo único que quería era cumplir condenas contigo?... Dejabas a mis labios huérfanos del rosa brillante de los tuyos y por eso pregunté lo que esperabas que preguntara:

- ¿No vas a besarme los labios? – Pregunté con la seguridad de quien ya ha hecho el amor esa noche.

- No... Hoy no. – Tus “no” sonaban más premeditados de lo que habían sonado los míos... la mano que tenías en mi pecho te ayudó para empujar con suavidad y apartarte de mí... me miraste con la seguridad de quien había follado esa noche y te marchaste. 

Dejo de escribir y miro mis manos... ¡hoy mis dedos han llorado!

No hay comentarios:

Publicar un comentario