lunes, 20 de febrero de 2012

MÁS DE SEIS VIDAS


   Llevaban más de seis vidas sin verse. 

   Él había estado robando reflejos de amores durante todo ese tiempo. Ella había estado abandonando recuerdos en las agrietadas manos de quienes tocan sin acariciar. 

   Cuando sus ojos se cruzaron provocaron un estrépito de huracanes en su interior, no pasó ni un segundo cuando él echó la vista al cielo y ella bajó el telón de la suya. Luego él negó con la cabeza para sí mismo y ella sonrió con descaro, sabiendo que la curva de sus labios era tan afilada que podría acabar hiriéndolo. Él frunció el ceño de quien se escuda en el ingenio y la razón para esquivar la brisa afilada de la sonrisa de una flor. Ella levantó la vista y brilló más que el Sol de madrugada. Él bailó en los pómulos de quien le miraba. Ella enarboló su seguridad como arma. Él estalló y acabó ileso. Ella rompió el suelo, una vez por cada paso que no dio. Él voló esquivando las pestañas de quien la miraba tan intensamente que no las bajaba. Ella se extirpó un suspiro que se llevó consigo tocamientos sin caricias. Él inclinó la cabeza, que no la mirada, y volcó todas las almohadas de reflejos huecos. Ella le besó e hizo de sus labios la morada de su confianza. Él le hizo el amor con sus primeras palabras. La Luna lo vio todo y se lo contó al Sol. El Sol sabía de quien le hablaba y sonrió. 

   Todo esto sucedió antes de que en una madura relación, la monotonía pudiese decirle al tedio: “te quiero”. Todo esto sucedió en menos de un segundo y luego hubo esta conversación:ç

- Si yo fuera tú, cogería de los del fondo. – Cogió un kiwi de la parte más baja de la caja y se lo acercó. Él estaba nervioso y por eso tenía las manos frías, ella estaba desconcertada y por eso temblaba su sonrisa. 

- Si tú fueras yo, estarías de tanta mierda hasta el cuello que te importaría muy poco que kiwi coger – Dijo ella, que convirtió la experiencia en un utensilio arrojadizo y su timidez en una bola de papel (de esas que nunca se encestan en la papelera).

- ¿Siempre le hablas de mierda a quien intenta ser amable?

- Sólo los lunes

- ¿Y qué haces los martes?

- Los martes suelo no cruzarme con gente “amable”

- ¿Y con truhanes? 

- ¿Truhanes?, creí que esa palabra ya no existía

- Amable y resucita-palabras-profesional, encantado – Extendió una mano

- De qué siglo te has escapado, del dieciséis o del diecisiete... – No tocó la mano que seguía rasgando el espacio entre ellos dos.

- Los lunes me escapo del dieciséis, pero los miércoles suelo volver – Retiró la mano con la naturalidad de alguien a quien no se la han estrechado nunca. – ¿Te hace un café antes de que me vuelva a marchar?

- ¿Sueles entrarle a las tías en el súper? 
 
- Sólo a las que cogen los primeros kiwis de las cajas.

   Ella miró al expositor de la fruta y dijo: - Pues ahí tienes a una que está cogiendo kiwis, ve y éntrale, corre. – Sonrió mordazmente, pues quien lo hacía era una anciana que aún dudaba si meter aquella bolsa de kiwis en su carrito o no. 

   Él no dudó, al menos fue lo que aparentó. Se acercó a la anciana, habló con ella. La anciana miró con estupor la bolsa que aún tenía en la mano y al cabo de unos segundos la dejó de nuevo. Luego él cogió una naranja, y la puso sobre la caja de los kiwis, miró a los lados e hizo lo mismo varias veces hasta que no se veía ni el más mínimo pelo de la fruta tropical. Luego volvió y continúo: 

   - Entonces mañana...- dejó en el aire con una mirada de ilusión y sonrisa de descaro.

   Ella miró al techo, sonrió, suspiró y dijo: - Por qué no... ¿Mañana a las cinco y media?

   - Perfecto, ¡hasta entonces!

   Él se marchó y contó el Sol unos ciento sesenta y cuatro pasos antes de que cayera en la cuenta de que no se habían dicho ni lugar, ni nombres, ni números – de teléfono -. Retrocedió y el Sol contó unos ciento veinte pasos de vuelta al lugar de partida, éstos, mucho más amplios. 

   Ni que decir tiene que no la encontró. 

   Llevaban más de seis vidas sin verse y deberían de pasar algunas más para poder mirarse.

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