sábado, 3 de marzo de 2012

VIVIR MÁS DEPRISA


   Esas noches en las que no duermas bajo el amparo de ninguna valla, ni haya alambrada cuyo espino no te haya herido. Esas noches en las que te duermas, no sin antes haber gritado al cielo, todas y cada una de las cien maneras con las que le arrancarías las alas a una hada y te cagarías en ellas. 

   Esas noches en las que el vaho de tu retrovisor tiemble, porque veas que se acerca el sueño y no trae nada que no hiera. 

   Esas noches para las que no exista Sol que pueda hacer desaparecer la sombra de sus grises pesares. Esas noches en las que irrites la mirada después de haberla posado durante horas en la luz del televisor... televisor, que a esas horas sólo vomita a mentirosas disfrazadas de Tarot, o a mentirosas sin disfraz y con muchísima calor. 

   ¿En quién o qué confiarás?

   En quien confiar cuando tu sombra ha naufragado. A quién vas a contarle los detalles de tu día. Si para cuando acabes de contárselo se habrá hecho de noche y aún no habrá atardecido. 
   En qué confiar cuando justo antes de irte a dormir lo único que escuchas es el corretear de las mentiras por el suelo de tu habitación, como si fuesen ratones con tacones y minifalda. Luego seguro que vas a mirar al cielo cuando no haya apenas ningunos ojos a los que mirar aquí abajo, y resulta que te encuentras con las nubes y su gris. Un gris que refleja tu interior y que, como no, a veces hace que llueva en este asfalto y en el de Dios.

   ¿A quién culpar?

   A quién le vamos a echar la culpa cuando se nos acaben las excusas. Si nos hemos encargado de disfrazar de mentira a la fe, y luego al desvelarla resultaba ser una prostituta. A quien vamos a echarle la culpa cuando el barco se hunda. Si el agua ya nos avisó, y el capitán es el más valiente de todos nosotros y hace ya unas cuantas vidas que se suicidó. A quién vamos a señalar cuando ya no haya ni un solo dedo que no nos sangre y nos duela. A quién echarás la culpa, cuando ni tú mismo estés... a quién culparás. Y seguro que habrá más de uno que se encerrará en el baño, y empezará a dar vueltas pensando en quién debería de ser ahorcado, y habrá más de uno que se atreva a decir más de un nombre. Y dirá el nombre de quien no pensaba como él. Habrá más de uno que señale, y con ese uno hará el Sol justicia, pues al señalar, alargará su sombra en el asfalto. 

   ¿Qué harás?

   Cuando la almohada sean tus copas y las sábanas que te tapaban hayan muerto de sobredosis esnifando coca, dime, cómo dormirás. 


   Oliendo a vómitos, y lo que es peor, escribiendo palabras que huelen a lo mismo. He perdido el rumbo ya, tantas veces, que a veces creo que es, el encontrarme, lo que no necesito. Me he mirado en el espejo y me he dado el lujo de preguntarme cómo estoy, sólo que luego he resucitado a la costumbre y he respondido, a ceño fruncido: “qué coño te importa”.  

   He deambulado creyendo que andaba, haciendo una línea recta plagada de eses hacia la silla donde suelo dormir. He apartado de la mesa, y de un empujón, todo lo que, esta noche, estorbaba: la ilusión, a la mierda, ya que siempre viene con su hermana Desi de la mano. Al amor le he soplado y se ha ido volando, muy propio de él, hacer creer que nos puede hacer volar justo antes de darnos el tortazo. A la esperanza, dicen que viste de verde, y tal vez sea eso lo único que sepa de ella, siempre quedamos a una hora y nunca aparece, sólo tengo su vestido, y claro que es verde... lleva tanto tiempo sin tocarlo que ha crecido moho a su  alrededor. 

   Me cubro con una manta, de esas que parecen que abrigan. Escondo tantas palabras feas al abrigo del calor que esta noche avivaré el fuego con sus rimas, a ver si las chipas de la hoguera dejan ciego a más de uno que las lea.

    Mañana desayunaré sus cenizas, a ver si así vivo más deprisa.

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