martes, 22 de mayo de 2012

AFILANDO



Como un preservativo acallado,
anudado entre sonrisas cargadas de adolescencia.

Como una caracola vacía:
de crustáceo y de sonido

Como un mar sin viento,
sin olas, sin espuma,
agitado y violento.

Como un mantel
sin nadie sentado a la mesa,
sin sillas, sin familia,
sin comida ni manchas de ayer

Como el niño más pobre de Bombay
comiendo jamón en la calle,
sentado donde todos lo ven.

Como la foto beis
de un retrato de pared
que todos miran
y nadie ve

Como una notita
por debajo del pupitre
con la esperanza de un si
y el pulso agitado de una decisión

Como una ventana tapiada,
un muro derribado,
un grafiti que nada esconde,
un político que todo lo pretende,
una farola apedreada
o un horizonte que ahoga...

Como un dedal manchado de sangre,
una esposa con grilletes en el delantal,
un crío de ojos vidriosos,
la experiencia escondida entre las canas de un anciano,
la parte umbría de la montaña
donde raramente se baña el Sol...

Como la utopía,
el sentimiento
o la razón

Como una noticia en el periódico,
como la OTAM en el Líbano,
las guerras bajo estandartes,
las balas, las sonrisas o las voces...

Como la proliferación de un cáncer,
una tos,
una bañera teñida de escarlata
con la sangre de uno
y la muerte de dos.

Como el jardín de Dios,
como tú...

Yo también, cuando nadie me ve,
me entretengo afilando mis secretos.

miércoles, 16 de mayo de 2012

DE CRISTAL


Tenía la espalda apoyada en la fachada de enfrente.
Gritaba.
Sólo me respondían las miradas de los madrugadores,
miradas de inexpertos en temeridades.

El aire estaba desbocado, había un ambiente un tanto peculiar. Es como si a alguien se le hubiese caído del alféizar de su ventana un tarro de cristal lleno de realidad... o de sal para las heridas. La cosa es que dolía el mero hecho de respirar y no era el típico dolor angustioso, sino el dolor que te hace sentir vivo con la sensación de...

Con la sensación de haber guardado
toda realidad
en un bote de cristal.
Con la sensación de ser de cristal,
y de estar cayendo, por desgracia,
sobre una acera cargada de obviedad...
Con la seguridad de hacer ¡¡CRAC!!
y la ilusión de poder volar...
Pensé que:
Tan solo me bastaba ser leve,
caer y deslizarme como una hoja cargada de otoño,
así solo rozaría la obviedad del adoquinado
y no me dejaría el cristal en el intento...
¡pero no!... tenía que ser pesado
como diez montañas,
como un portazo con pestillo,
como la decepción de un invierno,
como...
como tu silencio,
como será la última ola de este atestado mar,
como son mis sábanas cuando me tapan a mí
y sólo a mí...

...

Olía a flores mientras caía,
a flores y a miradas entrecerradas.
Justo un segundo antes de sentir deslizarme
y precipitarme al vacio,
surcaron dos sombras sobre mí.
Una por mi mente me trajo un susurro:
“La tristeza no vuela”
la segunda surcó mi piel
y me trajo un escalofrío que hablaba y decía:
“Quién dijo que le gustaba  la primavera,
nunca conoció a una flor”

...

lunes, 14 de mayo de 2012

MOJADOS


- ¿Tienes un cigarro? – Su mano temblaba... su voz no
   Estaba sentado en un banco de piedra, al otro lado del estanque. Con la mano extendida, pero sin levantarse, como si supiera cual iba a ser la respuesta.
- Me fumé el último antes de que empezara a llover – Negó el hombre mayor.
   Su pelo entrecano guardaba el blanco de sus años. Tenía un cipo en la mano con el que jugaba abriéndolo y cerrándolo. Llevaba jugando con él más de veinte años.
            - Lo imaginaba – No escondió su resignación en un quebrar de sus labios. No tenía suerte, no la había tenido nunca, y no iba a ser esa la primera vez.
   Sus cartones estaban mojados, empapados de las lágrimas que los vientos le habían llevado hasta su particular infierno de limosnas y huidas.
    El hombre anciano que se sentaba en un idéntico banco de piedra, al otro lado del pequeño remanso de agua donde se divertían un puñado de migas de pan sin dueño, parecía triste y meditabundo. No pareció importarle que no hubiese, ya, pato alguno al que ver merendar. Su expresión parecía que había pasado por demasiadas esperas sin finales, ni buenos ni malos.
            - Yo me como tus migas y tú secas mis cartones, ¿hay trato? – El mendigo se levantó.
   El anciano resopló con un atisbo de sorna y volvió en sí, cerró el cipo y dijo:
            - Los renacuajos se quedarían sin cena y usted se quedaría sin nada que hacer durante toda la tarde. No hay trato – No levantó la mirada del suelo.
            - ¿Ahora soy yo el anciano? – Preguntó el mendigo simulando estar ofendido - ¿Qué es eso de “usted”?, venga, si hasta podría ser tu nieto.
   El hombre del cipo hundió su vista con uno de los pocos trozos de pan que, hasta entonces, aún quedaban a la vista. Luego parpadeó, y su tiempo le costó responder:
            - Supongo... que ambos tuvimos mala suerte ¿Verdad? – Parecía abatido.
            - Creo que no me puedes hablar de mala suerte... uno solo de tus zapatos tiene más valor que todas mis pertenencias. – El mendigo se volvió a sentar, las manos le temblaban algo menos, la conversación le estaba haciendo olvidar la ansiedad de aquel “lujo” tan caro, que aún hoy, no dejaba escapar. Era su compañero fiel, el tabaco era quien le esperaba cuando amanecía y después de un buen domingo en la puerta de la iglesia de San Nicolás... era el tabaco también quien le vaciaba los bolsillos, aunque eso no le importaba demasiado, sus bolsillos siempre habían estado llenos de agujeros, más le valía que el dinero no se quedase mucho tiempo en ellos o acabaría perdiéndolo.
            - Puedes quedarte mis zapatos – Se los quitó y los lanzó. Uno de ellos cayó al agua cerca de la otra orilla salpicando al mendigo. – Que me queda... que nos queda cuando se nos han ido hasta las ganas de vivir. Qué sentido queda al que quiere, pero no se quiere... al que tiene fuerza pero no la emplea... al que ríe... pero no sonríe. Qué nos queda... – Lo había dicho todo en tan voz baja, que hasta el piar de un ave le habría impedido al mendigo escuchar sus palabras. Pero la alameda estaba tranquila. Como si se mantuviese en señal de duelo.
            - Por ahí dicen eso de: “Siempre nos quedará París”, pero nunca he tenido hilo con el coser los agujeros de mis pantalones, así que... nunca he tenido dinero para viajar a ningún París, ni tan siquiera al de verdad... – Carraspeó y continúo diciendo: - Así que yo siempre digo eso de “siempre nos quedará la Luna”... lo sé, soy un idealista... es lo que ocurre cuando duermes sin techo, o eres un idealista o un pordiosero.
   El anciano no hacía señas de haberlo escuchado. Su cabeza estaba llena de estereotipos de tristeza y melancolía. Hasta de ideas de suicidios. Alzó la vista... la que nunca tuvo. Sus ojos eran del gris de las nubes que habían pasado hacía unos minutos por el cielo vespertino, estaban teñidos con el azul de una antigua infancia.
   El mendigo vio su ceguera, si es que se puede hacer tal cosa, y le escuchó decir:
            - ¿Y si no puedes ver ni la Luna?
   El mendigo le respondió derrochando melancolía:
            - Bueno... entonces siempre te quedará lo inevitable: un temblor de manos y unos cartones mojados.
            - Buen mendigo – Tragó saliva, sin mirar al lado correcto, como había hecho toda su vida – Hace poco me quedé sin hijo al que llorar. Para mí sólo era una voz y unas palmaditas en la espalda. Nunca hubo imagen, y una voz desaparece antes que una cara. Créame. Prefiero los cartones mojados de lluvia, que un cipo sin gas mojado de sal.
   El mendigo miró su banco de piedra, recogió los cartones. Los apiló y los miró como si acabasen de perder hasta su capacidad de aislarle del frío. Recogió los zapatos de aquel anciano. Bordeó el estanque y se sentó a su lado. Luego le puso uno de los zapatos en cada mano y vio que había estado llorando. Le colocó una mano en el hombro y antes de darse la vuelta y dejarlo solo, le dijo:
            - Te harán falta. Si un ciego me puede enseñar a ver. Un pordiosero perdido como yo, puede darte un camino.
            - ¿Dónde va?
            - A por tabaco e hilo... o a un sitio donde no me hablen de usted... yo que sé.

domingo, 13 de mayo de 2012

HERIDA

Mi vacío sólo tiene sentido cuando está contigo.

Rómpete en pedazos
y cuéntate,
pero ten cuidado por donde pisas
que derramé anoche mis regalos
por el suelo de tu habitación
y esta mañana huele a desencuentro.

Caminaba sobre adoquines y elegí,
y estuve pensando en dejar algo claro:
No me juzgues por lo que hago, ni por lo que digo,
pues antes de hacerlo he elegido...
júzgame por lo que hago y por elegir hacerlo.
Júzgame con mi elección.

En este mundo,
antes de que el asfalto tuviera opinión,
solía hacer las cosas a mi manera,
afilaba mis mejillas para no conocer a nadie;
pringaba de desencantos la palma de mis manos
para que nadie las estrechara;
escondía las asperezas del nuevo día
para que no amaneciera;
rendía homenaje a la ignorancia
para que no supiera;
prohibía las letras “co”
para que no sintiera,
y hacía añicos mis verdades
contra la flor y nata de la poesía:
las heridas.

Antes de que vendiera mi imaginación
a la gratuidad de mis palabras,
me arrancara las intimidades y las escondiera
en versos esquinados,
antes de teñirme el gris de mis solapas
con el azul de las nomeolvides...
Había color en la habitación
donde las sonrisas tenían un motivo
y eran conscientes hasta las polillas
y el polvo de debajo de las costuras,
de la complicidad  que nos invadía...
Y ahora todo se ha partido en dos
(en dos, para más sorna),
hasta cuando estoy enfrente
de mi reflejo en el cristal,
creo ser dos:

Uno evitando,
el otro evitando-te

He creído que:
Cuando algo no puedes contarle
a la persona de al lado,
se llama secreto;
Cuando no hay nadie al lado
y gritas lo que no hubieras contado,
se llama herida

Herida que sólo la poesía disfraza,
herida que fluye en la dirección en que sopla el viento
siempre enredada
siempre enfermiza y contagiosa
herida que no termina,
ni sangra, ni cicatriza;
Ni hay piel que la cubra,
ni ceniza que al verla no recapacite
y arda...