miércoles, 16 de mayo de 2012

DE CRISTAL


Tenía la espalda apoyada en la fachada de enfrente.
Gritaba.
Sólo me respondían las miradas de los madrugadores,
miradas de inexpertos en temeridades.

El aire estaba desbocado, había un ambiente un tanto peculiar. Es como si a alguien se le hubiese caído del alféizar de su ventana un tarro de cristal lleno de realidad... o de sal para las heridas. La cosa es que dolía el mero hecho de respirar y no era el típico dolor angustioso, sino el dolor que te hace sentir vivo con la sensación de...

Con la sensación de haber guardado
toda realidad
en un bote de cristal.
Con la sensación de ser de cristal,
y de estar cayendo, por desgracia,
sobre una acera cargada de obviedad...
Con la seguridad de hacer ¡¡CRAC!!
y la ilusión de poder volar...
Pensé que:
Tan solo me bastaba ser leve,
caer y deslizarme como una hoja cargada de otoño,
así solo rozaría la obviedad del adoquinado
y no me dejaría el cristal en el intento...
¡pero no!... tenía que ser pesado
como diez montañas,
como un portazo con pestillo,
como la decepción de un invierno,
como...
como tu silencio,
como será la última ola de este atestado mar,
como son mis sábanas cuando me tapan a mí
y sólo a mí...

...

Olía a flores mientras caía,
a flores y a miradas entrecerradas.
Justo un segundo antes de sentir deslizarme
y precipitarme al vacio,
surcaron dos sombras sobre mí.
Una por mi mente me trajo un susurro:
“La tristeza no vuela”
la segunda surcó mi piel
y me trajo un escalofrío que hablaba y decía:
“Quién dijo que le gustaba  la primavera,
nunca conoció a una flor”

...

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