jueves, 28 de junio de 2012

EL SEÑOR DE LOS MOMENTOS Y LOS AZARES

Tras un armario, a ras del suelo,
hay un agujero por donde me cuelo.

   Hay un pasadizo que conecta tu habitación y la mía. Por donde las noches en las que no coincida, me deslizo e intento llegar hasta donde estás. Me lo construyó un ratón con aires de grandeza que decía ser rey y señor, no de tierras ni siervos, sino de momentos y azares. Fue él quien me guió por entre los pasadizos de la casualidad, y truncó cada esquina para hacerme llegar, como por arte de birlibirloque, hasta la puerta de tu duermevela.
   Tenía largos bigotes y afilados dientes y me dijo que sólo podía entrar por aquel orificio sin conseguía engañar al bufón de su corte, y ¡vaya bufón!, quién no iba a hacer reír a la casualidad sino es la mismísima ciencia en persona. Era una rata, blanca y de ojos rojos curiosos, siempre atentos y nerviosos. Me ojeó de arriba abajo y de dentro afuera.   
  Me olisqueó desde el dedal donde estaba sentada y me dijo que me acercara, se puso las gafas de ver por dentro y me preguntó:
            - ¿Crees que eres capaz de engañarme? – Asentí – Pues adelante.
            - Soy el legítimo dueño de todo cuanto está fuera de este agujero, poseo castillos y los mares me rinden pleitesía. Las tormentas son suaves si así lo ordeno y la primavera se frena y espera a mi llegada. El Sol no sale sin pedirme permiso, la Luna brilla si yo, así, lo decreto. Los pájaros cantan primero en mi ventana y luego en sus arboledas. Por dentro soy de oro, mi pelo es de azabache, mis botas de plata y mis ojos de esmeralda. Mi voz es temida, mi presencia amada. – El ratón miraba, al principio con sorpresa y luego con incredulidad. Iba haciendo anotaciones en una loncha de queso que ribeteaba con el culo de una cerilla afilada. Después de unos segundos de silencio dijo:
            - Todo es mentira, no me has engañado, veo en tus palabras que has mentido en cada una de ellas – Rio triunfante.
            - La he conseguido engañar, y luego, inventé toda esa sarta de mentiras. – El ratón blanco me escudriñó con sus ojos rojos, entrecerrados... hasta que pareció ver algo más allá.
            - Me mentiste sin palabras...
            - Asentí, pero nada más verla, supe que no lo conseguiría, y así ha sido, en cierto modo.
            - Inteligente. Puedes pasar... el camino es tuyo.

   Así fue como me gané el derecho a pasar por aquel agujero. A recorrer los aparentemente eternos pasadizos de azares que nos separan. Seguí al ratón de pelaje hirsuto y andares saltarines hasta que llegué a un agujero que hay justo bajo tu cama. Nada más salir, de la oscuridad del pasadizo a la oscuridad de tu habitación. Con la luz encendida, pero tus ojos cerrados. Una extraña oscuridad, por supuesto.
   Te oía respirar sobre el colchón, la magia se desvaneció y mi estatura volvió a ser mía. Te prometo que estuve allí todo una noche entera, viendo como te embarcabas en los más profundos sueños que una persona puede llegar a tener cuando duerme con la luz encendida...
Conté tus inspiraciones y las perdí entre tus labios.
Quise besarte, despertarte, despertarte de verdad;
Ver tu cara de sorpresa, ver tus ojos,
hacerte el amor,
rogar que me pidieras que no me fuera,
contarte la historia de cómo engañé a la ciencia, otra historia, lo sé...
Sentir tu calor, la sensación de libertad que transmites,
que paradójicamente,
es más intensa cuanto más fuerte abrazas...

   ¡Ah! por cierto, si te preguntas porque al despertar tu luz estaba apagada, fui yo. Fue la señal que acordé con el señor de los momentos para que volviera a abrir aquel oportuno agujero entre tu dormitorio y el mío. Volví por aquel estrecho pasadizo, siguiendo, una vez más, la larga cola del señor de todo aquello. Tomamos otro camino y me dijo que para poder volver, tendría que lograr hacer llorar a sus sueños. Me pregunté a que se refería, pero evité preguntárselo abiertamente, llevaba poco tiempo con él, pero ya sabía que se sentía tan altanero y digno, que cualquier palabra formulada sin su permiso, acabaría en un ceño fruncido como mínimo. Así que esperé hasta que el pasadizo acabó en una sala un poco más pequeña y desordenada que aquella donde encontré a la ciencia de ojos rojos.
   Allí estaba tumbado un ratón gordo como una casa, con un pelaje negro como el carbón. Roncaba como un león, y dormía sobre una servilleta de bar garabateada. Cada vez que inspiraba una sombra más aparecía en aquel lugar, se contorsionaba sobre sí misma y luego se escabullía entre risas de maldad. Cada vez que expiraba, un triste recuerdo de alguien se dibujaba en aquel pasadizo para luego escapar con la misma rapidez con la que lo había hecho la sombra...
   Era el miedo... quien sino iba a dormir al señor de los momentos y los azares. Quien sino nos adormece a nosotros ante la oportunidad de vivir los momentos y aprovechar hacer nuestros los azares.

   He intentado de todo y ni tan siquiera lo he despertado... y aunque así lo hiciera no tengo ni idea de cómo hacer llorar al miedo. Así que aquí ando atrapado... entre tu habitación y la mía. Te escribo todo esto porque el señor de los momentos me lo ha permitido.

   Dime... ¿qué hago?
  

jueves, 14 de junio de 2012

PARECEN PROHIBIDOS LOS "TE QUIERO-S"



Música de fracaso
de ganas de extirparme los oídos

Libreta repleta de desgana. De los barcos hundidos que hundimos, hoy no quedan ni las jarcias. Del mar que embravecimos con mentiras que no ocultarían ni todo el alcohol de las bodegas, ya no queda ni la sal para las heridas.

Libros torcidos en la librería, arrugadas sus páginas, arrugados los mitos. A la valentía la mandé ir a buscar respuestas y solo trajo ramos de rosas, que en lugar de espinas traían espectros.

¡Y a la mierda los amaneceres! gritamos, y quedaron todos escondidos bajo mi cama, donde guardo toda la mierda de poesía: coja y ultrajada por la prosa de mil tinteros.

A las horas en las que ni el más charlatán, dicharachero o maleante
tiene a nadie conectado al Facebook.
A las horas donde redes sociales sólo son redes.
Tan adentrado en la noche que sabes que despertarás en mitad del día.
Resacoso de poesía,
con la sensación del trabajo bien hecho.
Como la prostituta que consiguió
que no le atrapara la policía
...y esa bocina
que alterna el ego y alter ego con disparos tan dispares
de sobornos y disfraces de uniforme, cuya placa brilla más de día que de noche.

¡Silencio!...

Alguien habla de ti y de mí creyendo conocernos,
y arrebata predicciones.

Escucha... habla de cómo nos conocimos
de los condones (que no usamos)
escucha y oirás el eco de sus risas
cuando habla de las caricias que supimos que se escaparían a la historia y la eternidad.

Escucha...
Hay una brizna de silencio enredada en tu pelo que habla de nosotros hasta en los más oscuros inviernos. Que no teme que la escuchen ni padece rabia o sed. Que no tiene miedo del desprecio. Carece de fe. No posee cuerpo ni sombra, ni voz, ni tampoco alma que la proteja de la tempestad que nos arrecie. Porque no hay mayor hondura que la creencia en la que se quiere creer... y yo quiero creer que perdimos la jugada para volver a vernos... si... otra vez.

Escucha...
En el bosque de las marionetas sin hilo. En la selva de cabezas pensantes tan confundidas y condicionadas por el viento de sus vidas que hasta carecen de libertad. En el asfalto, tierra fértil de cosecha de grilletes y pedanterías. Allí hablan de mí. Y de mí contigo. Que no podría ser de otra forma, porque sin ti no vivo... y hablan de mí y de mi vida, como quien espolea el látigo con ojos cerrados y los labios apretados buscando a dar. Hablan de lo que sentimos y hablan de lo que somos.

Escucha...
No encontrarás respuesta en ninguna escucha. Nos enseñaron a escuchar para poder hablar, y nos repetían la lección cuantas veces hablaras de lo que ellos no querían escuchar.
Deja de escuchar y habla
Pues te prefiero equivocada pero viva en cada palabra,
que sabia y embobada

¡Shhhhhsss!
No compartas este secreto con nadie de ahí fuera...
de fuera de nuestra cárcel. No le digas a nadie que la construimos para que ellos no entraran. No menciones que hicimos nuestra prisión tan enana para que sólo cupiésemos nosotros dos. No lo hagas, o alargarán los barrotes, e incluso los prohibirán si hace falta... porque, joder, ya sé que hace muy buen tiempo fuera, y que aquí dentro hace peor. Pero que le voy a hacer yo, si soy esclavo de tus lindezas y de tus defectos enamoré a mi dedo índice, de tanto señalarlos, pasó a querer tocarlos, y ahora hasta mis dedos quieren besarte, con pellizcos si hace falta... o eso dicen.

Ni con refuerzos de soles y lunas, dejaría más alto el colofón de no saber si entenderás, de mis palabras... alguna. Espero que sean más de dos.

¡Qué lástima que nuestros besos siempre acaben en indecisiones!
Conversaciones de “luego” repletas de “no lo sé”,
perdidas las ambiciones de juntar tus faldas con mis sombreros...
¡Qué lástima que en nuestro juego, parezcan prohibidos los “te quiero-s”!

martes, 5 de junio de 2012

SABEN QUIEN PERDIÓ


  

    Un Sol amaneciendo, el trinar de unos pájaros despertando, una sombra que aún tintineaba proyectada en su espalda, desnuda, como la intención de hacer que el espacio entre ella y él se quedara en nada. 

   Si había un atisbo de descaro en aquella escena, no estaba en su mirada, estaba en su piel. Porque allí donde los párpados hacían de telón había todo un mundo guardado para los dos, colgado del hilo de su transparencia y balanceándose entre marrones color miel. Sonrió, y lo hizo para desviar su atención del roce de sus manos. Tocó una piel tan suave como el aire que respiraba, como él, entró en sus adentros y a partir de entonces, esa noche,  la necesitaría para poder vivir. 

   Ella negaba con gesto obstinado. Pero sus labios se humedecían, regaban el deseo y brindaban la oportunidad de sumergirse en ellos. Hay quien piensa que uno de los dos murió allí. Hay quienes dicen que hicieron el amor; y hay quien no dice nada. Y éstos últimos llevan más razón que ninguno, porque hubo más de nada que de todo, ya que si todo es aquello que ya está inventado, allí se ahogaron los dos entre olas de nada, tan altas como profundas.

   No hubo beso en un primer momento, ni lo hubo durante los primeros cinco minutos... y los siguientes cinco, al ver lo que creyeron que les aguardaban, decidieron suicidarse tirándose de la cama. Pero hubo beso después, en aquel minuto despistado que estaba tan enredado entre la magia de su pelo, que no se preocupó de lo que pasaba... allí, hubo beso, y entre dos labios y un desierto de inocencia, nació un mundo entre los dos. 

   Hubo un segundo beso con más mesura que el anterior, y un tercero que tenía la intención de ser eterno, pero tan efímero como los otros dos. Con cada uno se escuchaba el clamor de quien derriba una injusta muralla o revienta una frontera. Era como la sensación de libertad, una libertad cargada de ganas atrapadas entre gargantas... ahogadas entre palabras frías. 

   Una gota de sangre helada se mecía sobre el hombro de ella, recordándole el secreto de sus venas y la condena de su negación. Le susurraba despacio, cerca de su oído. Pero su oído ensordeció cuando las caricias se precipitaron entre sus piernas. Él dejó todos los arrebatos posados sobre las yemas de sus dedos, que volaron sin nada que los retuvieran y un millar de sonrisas mal disimuladas que los animaban. 

   Él, agotado de costuras entre los dos, y que para estar allí había tenido que dejar su orgullo colgado junto a su camisa, encantado habría devorado los pocos hilos de amargura que los “separaban”. 

   En la cama, escenario y campo de batalla donde tantos “no” eran enterrados bajo toneladas de caricias, se rompieron las sábanas ante el estrépito de roces: de la piel de él a los suspiros de ella; de la agitada respiración de ella al anhelo de él, de un rincón donde se ponía el Sol hasta el otro donde moría la madrugada... allí peleaban deseo y razón. 

   Ambos saben quien perdió.