Había una vez, el segundo botón, recién cosido, de una
vieja camisa gris y mil veces usada, que se creyó ser una gema color azul
cobalto y cosido con hilo de acero. Era de todos los botones de la estropeada
camisa, el más admirado. Todos querían ser como él: Tener el brillo de sus
cuatro ojos, la solidez del nudo de su hilo y la perfección con la que se
encajaba y sujetaba al ojal.
Cuando su dueño se ponía la camisa, siempre
era a él a quien abrochaba primero. Cuando se la quitaba, era a él también a
quien desabrochaba en primer lugar.
Éste botón se creía una gema azul cobalto
porque era el color que más le gustaba y se creía atado con hilo de acero,
porque era lo quería creer, y aunque viese su triste beige y su hilo corriente
reflejado mil veces en un espejo, él siempre se decía: “por qué va a ser más
real el reflejo de un espejo que lo que yo creo. Además, todos me miran como si
fuera una gema azul y estuviese bien sujeto. Asique eso seré.
Un día, cuando se acercaba el verano, su
dueño se puso la camisa y no se abrochó el segundo botón, pues hacía mucho
calor, “se habrá olvidado”, pensó el botón ajeno al calor del verano. Pero la
próxima vez que volvió a ponerse la camisa, volvió a no hacerlo, y así, pasaron
los días.
Una noche, en el armario, cuando creía al
resto de botones dormidos, el segundo abrió
los ojos y se puso a pensar en alto: “De que sirve un botón que no se cierra
con su ojal. ¡Mala suerte la mía!, de que servirá el brillo de mi azul y el
nudo de mi hilo de acero si no me abrochan. ¡¿Acaso tendrá razón el reflejo de
aquel espejo y sólo soy un vulgar botón más?!” Decía creyendo que nunca más lo
volverían a abrochar.
La próxima vez que el dueño volvió a
colocarse la camisa fue al comienzo del otoño, era un día de viento y al primer
botón que abrochó fue a él. Éste estaba triste y decaído, miraba al resto de
botones que había más abajo y no vio diferencia alguna entre sus brillos. Los
demás lo miraban extrañados.
Antes
de cruzar la puerta para salir de casa, el segundo botón cedió y se rompió. “Es
normal que se rompa mi hilo: es de lo más corriente, y yo... sólo soy un botón”
pensó mientras caía.
Pasaron las semanas hasta que volvieron a
coserlo, aunque no se volvió a recuperar, y a partir de entonces, siempre que
veía su reflejo en el espejo, asumía que era él, que ese beige era suyo y ese
corriente hilo también.
Llegó el invierno y con él, las nieves y el
frío. Un día, el dueño se puso la camisa bajo el abrigo, y al abrochárselo
empezó por el primer botón. Al hacerlo, el segundo miró arriba, nunca había
mirado hacía aquel lugar, creía que allí no habría nada, pero vio un botón
justo por encima. Sorprendido preguntó:
- ¿Quién eres tú?
- Soy el Sol y mi hilo es de luz – Sonrió feliz el botón recién abrochado.
- ¿El Sol?, ¡pero si sólo eres un botón!
- Eso es lo que dicen los reflejos, pero mírame: sólo me
abrochan cuando hace mucho frío, y al cerrarme, respiran tranquilos. Soy quien
los salva de un catarro, soy quien les da calor, así que, soy su Sol – El botón
parecía brillar más y más a medida que hablaba, y estaba tan arriba...
- Y si eres el Sol, dime, ¿por qué no te abrochan siempre?
– Quiso dudar el segundo.
- Porque sólo lo hacen cuando el Sol del cielo y su
abrigo se van. Dime, ¿quién eres tú?
- Yo...
- Brillas un tanto... azul, ¿no es verdad? – Le interrumpió
el primer botón
- Ya... eso era antes... pero el espejo...
- El espejo sólo te muestra lo que ve. No lo que crees
ser, y hazme caso: llegaras a ser, únicamente, lo que creas ser. Nunca nada
más, ni aunque un día todos los reflejos del mundo se volvieran locos y te
enseñaran que eres de oro, creerías en ello, pues tu sólo verías el beige que
crees ser.
- Pero mis ojos...
-“Lo esencial es invisible a los ojos” – Parafraseó el primer botón.
- Tal vez lleves razón...tal vez brille un poco azul porque soy... soy una
gema azul cobalto, y mi hilo... ¡mi hilo es de acero! - Terminó diciendo el
convencido botón
- Eso creía yo... – Sonrió el Sol
Después de aquella conversación que todos
los botones también escucharon, no hubo camisa que quedara mejor que aquella.
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