Son las cuatro de la
mañana,
el ruido de los aires
acondicionados
lucha por ser más elevado
que estos malditos grados.
Fuera, sólo la música de
la noche,
que pocas veces disfruté
realmente
a solas y a la intemperie,
con estrellas en lugar de
gotéele.
Hoy llegaron palabras del
otro lado del Mundo,
de aquel otro lado donde
la frase “todo es igual”,
cojea en el todo.
Desde allí llegaron
sonrisas escondidas tras la ilusión,
y un pellizco de miedo,
de ese que gusta,
combustible del curioseo
y del arte,
amante de la cultura y que
camina al agrado del
“Hola, ¿qué tal?”
Son más de las cuatro de
la mañana
a esta hora es cuando más
ingenuo soy,
pues me doy cuenta de que
el más mínimo sonido podrá escucharse
y creo ser capaz de
escucharte si me concentro,
o si te espero...
Pero que ingenuo soy:
Al camión de la basura lo
confundí contigo subiendo el ascensor.
Al sonido del ordenador,
lo confundí con el motor de tu coche,
aún encendido.
Al ruido de la ansiedad
correteando por el suelo lo confundí con tu voz
y el ruido de mi lápiz
sobre el papel lo confundí con tu piel.
Pero que ingenuo soy:
si casi creo que el
colchón crujía por el peso de dos
y cuando abrí los ojos vi
que éramos tres:
yo, yo sin ti, y yo sin
mí.
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