domingo, 19 de agosto de 2012

VIVO


   

   Vivo en un rincón. En un rincón sobre una almohada que hicimos de aspavientos, para que nos avisara de los sueños rotos que llegan cada noche a embelesarnos y cubrirnos con promesas de inciertos.

   Vivo en un rincón tras una muralla. De acero y levantada a base de empeño, para que mantenga los monstruos fuera y yo no tenga que volver a rescatarte, que ya me he dejado la piel en otros intentos y ahora prefiero guardarme la que me queda para seguir probando tus caricias.

   Vivo en un rincón, tras una muralla, y bajo la luz de un candil. De esos que utilizan nuestros engaños como combustible. Los tuyos: de cuando me dejas mentir, y los míos: de cuando no crees mis verdades. La luz del candil arroja sombras y proyecta luces, siempre en continuo balanceo, como si estuviéramos en una barcaza de nubes en un mar de tempestades.
  
   Vivo en un rincón, tras una muralla, y bajo la luz de un candil, justo detrás de ti. Detrás de ti, de tus amagos y tus caderas. Colgando de tu cintura y ahorcado en los tacones que no llevas, ¿qué por qué?, porque suficientemente bajo te queda ya el cielo... Y vivo detrás de tu melena, envidiando al viento que se cuela por dentro y no puedes verlo ni detenerlo, y a mí, que pediría permiso para enredarme, me pones más de mil obstáculos, me pones mil veces a prueba y mil condiciones para poder siquiera arriesgarme a colarme entre los poros de tu piel... si vieras lo que yo vi al esconderme detrás de ti, dejarías de dormir, por miedo a ti, vivirías de espaldas a nadie, de frente al mundo. De frente a mí.

   Vivo en un rincón, tras una muralla, y bajo la luz de un candil, justo detrás de ti, vivo solo. De morir solo nadie habla, porque es tan veraz como que tú ojos son del color del alba. Pero de vivir solo, solo sin tilde, sin el “-mente” que lo acompañe, sin matices, sin resquicios ni olvidos, sin razones... nadie puede hablar... al menos nadie que no te haya conocido y luego te haya perdido. Lo mismo que no hay preso más triste que aquel que vivía en libertad, no hay nadie más solo que aquel que hubiese vivido contigo.

   Vivo en un rincón, tras una muralla y bajo la luz de un candil, justo detrás de ti, vivo solo... porque vivo sin ti.

   Hoy, levedad de madrugada con palabras encontradas, por fin encuentro las arrugas de las que no quisimos hablar. Dimos pequeños golpecitos con los nudillos en las puertas equivocadas, y para colmo nos abrieron y nos dejaron entrar. Decisiones, nuestras. Eso está claro. Sólo nuestras. Nos cubrieron sus consecuencias, como el manto de una imprevista tormenta, no supimos buscar refugio, llovía y andamos empapados. Con los mechones de tu pelo convertidos en las estalactitas de mi particular cielo, nos perdimos y andamos empapados, tanto que se nos inundaron los ojos y no supimos diferenciar entre destino y libertad.

Fuera cual fuera,
solo sin ti.
Y tú, sola y conmigo.
De los dos, sólo yo aún ando empapado
con la vista borrosa,
sin lluvia.
Con los puños cerrados a la altura del corazón
y los labios secos de piel y aciertos,
tuya y míos.

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