domingo, 26 de agosto de 2012

CON QUE SEAMOS UNO, BASTARÁ


   No hay voz más alta que la que escucho cuando nadie habla.
   Me trae recuerdos en formato puñalada, esperanzas de un futuro entre brisas de imposibles y dudas de un ahora que perdura.

   “Torres más altas han caído”. Eso dicen quienes creen que tan sólo con decirlo harán que caigan. Y quienes la construyeron, esta gran torre que es nuestra realidad, ladrillo a ladrillo, mentira a mentira, vigas de hipocresía y cemento que nunca seca. Las escaleras son de dinero y el último piso es su cielo. Todos esos hablan sin parar. Faltan oídos y bolsillo para escucharles y entenderles respectivamente. Quienes están haciendo algo no deberían de ser interrumpidos por quienes nunca lo harán, ni por quienes lo creen ya todo hecho. Perdonad el inciso, esto de las torres lo decía porque:

   “Torres más altas han caído”, pero nadie dijo que es más difícil derribar una torre cuanto más profunda sea, no cuanto más alta.

   Y hablando de caídas: Ningún hombre se cae dos veces en el mismo sitio. Porque el hombre nunca es el mismo, ni el sitio tampoco. Ninguna caída es agradable, ni ninguna forma de levantarse desagrada. Es de cautos saber que hay bajo nuestros pies, y de sabios el mantenerlo ahí: bajo nuestros pies.

Más de las tres de la mañana,
hoy no hubo fiesta,
sólo palabras.
Papel, boli, teclas y demás...
compartirlas es lo más difícil,
releerme es una tortura
y corregirme se parece a un mar:
Mire por donde mire siempre hay agua,
pero también sal.

Para mí hacen más ruido estas teclas,
o mi boli al condenar palabras entre márgenes de papel
que todos los tiros de todas las Sirias, Libias, Somalias o Bagdags de este sitio.

Para mí abre más caminos una lágrima que nadie ve
que un presidente que grita: parafernalia, ira o medidas.
Porque su lágrima define quien es,
y sus gritos, el miedo a lo que podemos llegar a ser.

Para mí, que prefiero canjear mis insomnios
por relatos o poesías que merodeen por tus sueños.
Para mí, que cada comentario es una isla donde apetece naufragar,
que cada desahogo mío es una intención mal sana de intentarte ahogar.
Para mí, que cada cosa que sienso es un hilo de libertad,
cada lectura tuya es la tela que me abriga cuando nadie está,
y que cada cosa que es para mí,
te la ofrezco también a ti
para así poder tornar más nuestra esta realidad.
Que aunque seamos pocos,
con que seamos uno, bastará.  

sábado, 25 de agosto de 2012

DENTRO DE UNA CHISTERA. CAPÍTULO I


  
   Recuerdo que durante aquel viaje mis padres, por primera vez, no encendieron la radio del coche. Suponía que íbamos a la iglesia y había demasiadas pistas para llegar a esa conclusión: Era domingo por la mañana, mi padre llevaba aquella chaqueta de pana con hombreras que siempre se ponía cuando iba a la iglesia, y yo olía a inminente sesión de aburrimiento. Si hubiese medido un palmo más de lo que mis catorce años me habían brindado, habría podido estar más atento a las calles por las que pasamos y habría sabido que estaba equivocado.

   Íbamos directos a la casa de los abuelos que yo nunca llegué a conocer, mis abuelos por parte de padre. Era una casa lo suficientemente alejada de la ciudad como para estar tranquilo, y lo suficientemente cerca como para no sentirse solo. La había heredado el bueno y loco tío Rodri, o así lo llamaba mi padre.

            - ¿Te acuerdas de tu tío, Iván? – Preguntó mi madre echándome un vistazo por el espejo.
            - ...Sí, o eso creo. ¿No fue él quien montó todo aquel alboroto en mi comunión?
   Mi madre suspiró y luego respondió:
            - Si, hijo, si – Volvió a suspirar y se giró. – Está... enfermo, por así decirlo, y pronto irá a vivir a un hospital donde lo cuidarán. Hemos venido a despedirnos y a ayudarle a recoger sus cosas, lo entiendes, ¿verdad?
            - Si por hospital quieres decir manicomio y por vivir te refieres a algo que no se parece en absoluto, lo entiendo.
            - No nos juzgues hijo. – Tiró la vista al suelo – Sé que en casa se ha mencionado alguna vez el tema de ingresarlo y no se habla muy bien de él... – Echó un vistazo a mi padre y siguió diciendo: - Pero la decisión no ha sido nuestra, finalmente ha sido él quien ha recapacitado y ha tomado la iniciativa, se va por su propia voluntad.
           
   En el fondo siempre sentí algo de lástima por el tío Rodri. Aunque solo lo hubiese visto un par de veces en mi vida, vivía cerca y sus excentricidades habían llegado hasta mis oídos. La última donde lo vi fue cuando vino “vestido” con una especie de traje de marinerito a mi comunión criticando a todo el mundo por no haber ido vestido de marinero en una ceremonia donde sólo se podía ir así. Fue todo un espectáculo.

   Además compartía con él algunos de los momentos que más rabia me daban: Ya que cuando mi padre me castigaba o me regañaba por una nota no muy agradable de la profesora del colegio, siempre decía eso de: “Sigue así y acabarás como tu tío”. Así que en ese momento entrábamos al hogar de mi futuro-yo, si siguiese cateando en el colegio.

   Tío Rodri nos recibió con un atuendo que no dejaba indiferente a nadie: un pantalón de cuadros rojos, la chaqueta de un frac, una pajarita y un bastón que terminaba en una gran borla plateada. 
            - ¡Oh!, bienvenidos. Os estaba esperando – Dijo con una sonrisa y lo que parecía ser, visto más de cerca, un bigote de pega. Sus ojos saltaron del desdén de mi padre, a la sonrisa forzada de mi madre, pasando por los dos platos que habían en aquel momento en mi cara.
   Nos sentamos en el salón y tío Rodri no hacía más que repetir que tomásemos lo que quisiéramos. Había traído una bandeja llena de más de media docena de vasos llenos.
            - Ya no recuerdo que es exactamente lo que eché en cada uno, pero podéis elegid cualquiera. Si tenéis suerte, elegiréis el que queríais. – Sin dejar de mostrar aquella amplia sonrisa enmarcada entre amagos de arrugas dejó la bandeja y se fue de nuevo a la cocina. Desde allí dijo que las maletas ya las tenía listas y que estaban en su dormitorio.
            - Hijo, quédate aquí un segundo, iremos a ver si tu tío lo ha preparado todo. ¡Ah! y no bebas nada. – Mis padres se levantaron.
            - ¡Rodri!, vamos a bajar las maletas y ver que no te hayas dejado nada importante, Iván se quedará aquí, no tardamos. – dijo mi padre con desgana.
            - La casa es vuestra. Están arriba, a la derecha de un zurdo. – Respondió desde la cocina
            - Ya sé donde es, vivía aquí, ¿recuerdas? – Rezongó mi padre – Que va a recordar... - dijo por lo bajini mientras subía las escaleras.
  
   No me acuerdo muy bien de la situación, pero seguro y sentí curiosidad. Tío Rodri no tardó en aparecer con dos vasos llenos de aparente agua. Me ofreció uno de ellos. Lo cogí pero no bebí.
            - Adelante, bebe, es lo que quieras que sea.
            - ¿Lo que quiera?
            - ¡Claro!, los distraídos dicen que sólo es agua, incolora e inodora – Dijo con gesto estúpido - ¡Bah!, que sabrán ellos, el agua es así para que la dotemos del sabor y el color que queramos. Es la máxima expresión de nuestra libertad, pues podemos imaginarla como queramos.
            - ¿Por eso nosotros somos agua en nuestra mayoría? Para ser libres – Decidí seguir su juego, me parecía divertido. Él asintió sonriendo. Luego cogí el vaso y dije: - Zumo de albaricoque al néctar de más de cien flores del desierto, a ver qué tal. – Bebí un trago. - ¡Puag!
            - ¿Tan malo estaba?
            - Le sobra néctar – Rodri me miró perplejo y luego se echó a reír.
            - Iván, ¿Cuántos años te quedan ya?
            - Tengo... ¿dijiste: te quedan?
            - Sí, ¿no es eso lo que realmente nos importa saber?
            - Pues...sí, claro... supongo que entonces me quedan cinco menos que la última vez que me viste.
            - Bien respondido – Sonrió satisfecho. – Y a ver si puedes solucionar este acertijo mío. – Bebió un sorbo de agua, y con el gesto fruncido, como su hubiese bebido limón al limón, me preguntó: - Un pastor, junto con su rebaño, va a cruzar un puente de madera que tiene un máximo de peso permitido. Cuenta hasta tres veces las cabras y ovejas que tiene y calcula su peso, luego le suma el suyo propio. Al ver que no superan el peso máximo permitido por unos veinte kilos, decide cruzar. Cuando van por mitad, el puente se rompe, ¿por qué? – Después de aquello hubo un momento de silencio donde él me escudriñaba desde detrás de sus pobladas cejas. Tardé un poco en responder, pero sabiendo cómo era él y cómo estaban siendo las preguntas, tenía que haber una trampa o un juego de palabras de por medio.
            - ¿Cómo sabría alguien lo que pesa cada oveja o cabra?
            - Siempre las pesaba al salir del corral – Respondió Rodri con una sonrisa
            - Joder, que previsor... un momento... ¡Aján!, hombre prevenido vale por dos, ¿no? No sería raro que también pesara por dos.
            - ¡Jerónimo!
            - ¿Jerónimo?
            - Fue lo último que dijo el pastor... 
   Otro puñado de risas, la verdad es que tío Rodri sabía sacarse preguntas entretenidas de la manga. 
            - Una última pregunta. Ésta pregunta no tiene respuesta correcta. Así que no te preocupes por lo que respondes, sino el porqué lo haces. – Me miró desafiante... yo hice otro tanto igual, se le despegó el bigote, me reí, se rió y terminó diciendo: - ¿Dónde crees que debería vivir yo?
            - En la chistera de un mago – Respondí sin pensar.
   Él me miró expectante, como si después de responderle estuviera esperando que hiciera algo espectacular, una pirueta o algo parecido.
            - Ven, te enseñaré algo antes de que bajen tus padres. – De repente se levantó y sin mirar atrás se dirigió hacia la cocina
            - ¿Qué vas a enseñarme?
            - Voy a enseñarte que hay dentro de la chistera del mago. Te enseñaré el porqué he decidido que estoy más seguro en un manicomio. 

   Corrió hacia un lado un pequeño armario repleto de vajillas. Abrió una trampilla en el suelo que había quedado al descubierto y al hacerlo, una gran corriente de aire nos salpicó la piel y luego... luego hubo un incómodo silencio.









domingo, 19 de agosto de 2012

VIVO


   

   Vivo en un rincón. En un rincón sobre una almohada que hicimos de aspavientos, para que nos avisara de los sueños rotos que llegan cada noche a embelesarnos y cubrirnos con promesas de inciertos.

   Vivo en un rincón tras una muralla. De acero y levantada a base de empeño, para que mantenga los monstruos fuera y yo no tenga que volver a rescatarte, que ya me he dejado la piel en otros intentos y ahora prefiero guardarme la que me queda para seguir probando tus caricias.

   Vivo en un rincón, tras una muralla, y bajo la luz de un candil. De esos que utilizan nuestros engaños como combustible. Los tuyos: de cuando me dejas mentir, y los míos: de cuando no crees mis verdades. La luz del candil arroja sombras y proyecta luces, siempre en continuo balanceo, como si estuviéramos en una barcaza de nubes en un mar de tempestades.
  
   Vivo en un rincón, tras una muralla, y bajo la luz de un candil, justo detrás de ti. Detrás de ti, de tus amagos y tus caderas. Colgando de tu cintura y ahorcado en los tacones que no llevas, ¿qué por qué?, porque suficientemente bajo te queda ya el cielo... Y vivo detrás de tu melena, envidiando al viento que se cuela por dentro y no puedes verlo ni detenerlo, y a mí, que pediría permiso para enredarme, me pones más de mil obstáculos, me pones mil veces a prueba y mil condiciones para poder siquiera arriesgarme a colarme entre los poros de tu piel... si vieras lo que yo vi al esconderme detrás de ti, dejarías de dormir, por miedo a ti, vivirías de espaldas a nadie, de frente al mundo. De frente a mí.

   Vivo en un rincón, tras una muralla, y bajo la luz de un candil, justo detrás de ti, vivo solo. De morir solo nadie habla, porque es tan veraz como que tú ojos son del color del alba. Pero de vivir solo, solo sin tilde, sin el “-mente” que lo acompañe, sin matices, sin resquicios ni olvidos, sin razones... nadie puede hablar... al menos nadie que no te haya conocido y luego te haya perdido. Lo mismo que no hay preso más triste que aquel que vivía en libertad, no hay nadie más solo que aquel que hubiese vivido contigo.

   Vivo en un rincón, tras una muralla y bajo la luz de un candil, justo detrás de ti, vivo solo... porque vivo sin ti.

   Hoy, levedad de madrugada con palabras encontradas, por fin encuentro las arrugas de las que no quisimos hablar. Dimos pequeños golpecitos con los nudillos en las puertas equivocadas, y para colmo nos abrieron y nos dejaron entrar. Decisiones, nuestras. Eso está claro. Sólo nuestras. Nos cubrieron sus consecuencias, como el manto de una imprevista tormenta, no supimos buscar refugio, llovía y andamos empapados. Con los mechones de tu pelo convertidos en las estalactitas de mi particular cielo, nos perdimos y andamos empapados, tanto que se nos inundaron los ojos y no supimos diferenciar entre destino y libertad.

Fuera cual fuera,
solo sin ti.
Y tú, sola y conmigo.
De los dos, sólo yo aún ando empapado
con la vista borrosa,
sin lluvia.
Con los puños cerrados a la altura del corazón
y los labios secos de piel y aciertos,
tuya y míos.

miércoles, 1 de agosto de 2012

HUMEDAD SE ESCRIBE CON "H" DE HOCKEY


            - ¡Marina!, ¡Marina!, corre, ven,  he encontrado algo increíble, ¡corre!
            - Déjame Eva, que estoy haciendo los deberes. Además, luego seguro que es mentira. Como aquella vez en la que me contaste lo de aquel libro al que no se le acababan las páginas.
             - Ya sabes que tuve que deshacerme de aquel libro. Va, ven, que esta vez podré enseñarte lo que he encontrado. Es genial, vas a ver cómo te encanta.
   Marina, que hasta entonces no había levantado ni la vista ni el lápiz de su cuadernillo de verano, miró a Eva, luego agitó la cabeza de izquierda a derecha, resopló y dijo:
            - Que no, que ya te he dicho que estoy ocupada.
            - Pero si luego, por muy bien que hagas los deberes, la tita siempre te saca faltas. Te prometo que si no te gusta lo que te voy a enseñar, te ayudo a hacer los deberes.
            - Vale, pero no tardes. ¿Dónde está?
            - En la buhardilla, sígueme – Respondió Eva justo antes de darse la vuelta y salir como un tiro de la habitación.
   Subieron a la buhardilla. Allí todo estaba lleno de cosas obsoletas: desde antiguos cuadros y libros hasta sillas y estantes que parecían de otra época. Siempre olía a madera y cuero, y eso hacía de aquel lugar algo aún más mágico. La luz se colaba desde dos ventanales situados en los extremos que daban a la parte delantera de la casa. En los haces de luz que entraban se podían ver las motas de polvo suspendidas. Marina estornudó y, con los ojos abiertos como platos y el dedo índice en la boca, Eva se dio la vuelta y la chistó. Luego dijo en un susurro:
            - No hagas ruido, sabes que a tía Ángela no le gusta que hurguemos en sus cosas.
            - Vale, vale. – Miró a ambos lados, había estado allí el día anterior y a pesar de haberle invadido la curiosidad, no había subido hasta entonces. Fuera lo que fuera que Eva hubiese encontrado seguro y era algo genial, aquel lugar parecía sacado de un cuento.
            - Aquí está, mira – Eva sujetaba en sus manos una caracola del tamaño de un puño, de color blanco con vetas rosas.
            - ¿Una caracola?, ¿qué tiene de increíble una caracola?
            - Esto – se la acercó lo suficiente para que echara un vistazo a su interior. Allí dentro había un rollo de papel perfectamente colocado. – Aún no lo he intentando sacar, quería ver que era contigo. – Marina estaba totalmente intrigada, una caracola con un mensaje daba pie a que su joven imaginación echara a volar e imaginase todo tipo de cosas: el mapa de un tesoro, unas palabras mágicas, la foto de un antiguo pirata...
            - Déjame sacarla a mí, ¿vale? – Pidió Marina entusiasmada
   Después de intentarlo durante un rato con los dedos, consiguió asirlo y estirar de él. Cuando lo sacó, dejó la caracola a un lado y lo desenrolló de tal forma que ambas pudieran ver su contenido. Se podía leer:

“Di estas palabras en voz alta: “Sarsarpeltúm”, y luego escúchame, e imagíname bajo el mar si tu futuro quieres ojear”

   Ambas se quedaron mirándose durante un instante, un instante que delataba lo que iba a pasar a continuación. Sólo había una pregunta en el aire:
            - ¿Lo quieres hacer tú primero? – Marina le dio el papel mientras cogía de nuevo la caracola y le volvía a echar otro vistazo. Ahora la miraba como si fuera una emocionante aventura que añadir a aquel verano.
            - Vale, yo primera. A ver a ver... que nervios – Cogió el papel y dijo en voz alta y con los ojos cerrados dotando de aún más solemnidad a aquella palabreja: - ¡Sarsarpeltúm! – Luego se puso la caracola en la oreja y se la imaginó en el fondo del mar.
   Se quedó unos segundos con los ojos cerrados y la caracola en la oreja hasta que terminó. Se encogió de hombros y le dijo que no había visto nada. Decepcionada, pero con un resquicio de emoción entre los dedos, Marina lo intentó. Repitió aquella palabra y luego se colocó la caracola en la oreja.
   Empezó imaginándose la caracola en el fondo del mar. En su particular escenario, la caracola desprendía unas burbujitas que ascendían hacia la superficie, su imaginación subió con ellas hasta llegar a la superficie del mar, de ahí el viento la empujó, recorriendo, a una velocidad increíble, la superficie del mar. Se acercó a tierra, donde se podía ver la desembocadura de un río, siguió rio arriba. Su imaginación volaba a unos metros sobre el agua y si miraba hacia abajo se podía ver a ella misma con los ojos cerrados, volando y con la caracola en una mano. Se quedó prendida de su propio reflejo y vio como a medida que avanzaba rio arriba, iba creciendo, su pelo crecía tan rápido como su estatura y sus curvas. Al poco tiempo parecía tener algo más de veinte años y su ropa había cambiado, llevaba un atuendo de deporte: un pantalón corto azul marino y una camiseta de color roja y amarilla. Por último, su caracola se había transformado en un stick y el río se estrechaba con rapidez. Apartó la vista de su reflejo y miró al frente. Empezaba a estar mareada. El cielo era gris y una gran ciudad se levantaba a pocos kilómetros. No sabía dónde estaba, pero aún así, quería ver donde le llevaba aquel viaje.
   En pocos segundos había ascendido varios metros, tantos que los campos de cultivos y las casas parecían de juguete. De repente, las casas se tornaron grandes edificios y los campos de cultivo en parques y carreteras. Empezó a descender y como si de un ave experta se tratara, aterrizó sobre el césped de un enorme y abarrotado campo de... ¿futbol?
   Estaba junto a una chica que no conocía de nada, tenía un palo de hockey en las manos y había una pelota en el suelo, justo en el centro del campo. La chica le guiñó un ojo y le dijo:
            - El oro es nuestro. ¡A por todas Marina! – Miró alrededor, el estadio estaba a rebosar y a sus espaldas había lo que parecía ser un equipo entusiasmado. Había carteles alrededor de todo el campo en las que rezaba: “London 2012”. ¿Dos mil doce?, se preguntó.
   Luego se escuchó un silbato y Marina abrió los ojos.
   Eva la miraba impaciente.
            - ¿Y bien?
            - He visto de todo, Eva. ¡Estaba en un campo lleno de gente, y todos gritaban y agitaban banderas, había un equipo... y un palo de hockey... y además, estuve volando sobre un rio!, ¡fue genial, pude ver como crecía y...! – Su narración fue interrumpida cuando su tía entró en la buhardilla y dijo:
            - Marina, ¿qué haces aquí arriba?, ¿otra vez hablando sola? – Se acercó a ella – Ains esta niña, qué voy a hacer contigo...
            - Estaba... cantando – Dijo mientras se escondía la caracola en un bolsillo.
            - ¿Has hecho tu lección?
            - Casi la he acabado
            - Anda, vamos a bajar de aquí, esto está hecho un desastre – dijo mirando alrededor – enséñame eso que has hecho, ¿quieres?
   Mientras tía Ángela repasaba sus deberes, Marina recordaba lo que había visto y oído a través de su caracola. La guardaría para siempre, pensó. Era algo mágico, y había sido tan real... Incluso más que Eva
.
            - Marina, si te aburres aquí sola, sólo tienes que decirme lo que quieres hacer. – Dijo su tía sin levantar la vista del cuadernillo.
            - ¿Podrías comprarme un palo de jockey y una pelota? – preguntó casi instintivamente
            - Veré que puedo hacer... ¡Aham!, aquí está. – Cogió su boli favorito, el rojo, y dijo mientras tachaba con ahínco en el cuadernillo: - Eva, humedad se escribe con “h”, que no se te olvide.
            - Con “h” de hockey – Respondió Marina con una sonrisa de oreja a oreja.