domingo, 17 de marzo de 2013

EL SILENCIO, UN GESTO DE REVOLUCIÓN


Hoy voy a contaros una historia, no es mi historia, es la de alguien que nació y vivió aquí, en España. Al abrigo de una familia humilde.

Supongamos por un momento que su educación  fue perfecta y desde que empezó en el jardín de infancia hasta que terminó en el instituto aprendió a ser libre, respetar los derechos y libertades de los demás, ser igualitario y a decir no a la discriminación por etnias, sexo, religión, cultura o discapacidad. Aprendió a ser responsable, a trabajar en equipo, y a resolver los conflictos a través de los principios democráticos y la tolerancia. Aprendió un segundo idioma, a respetar a los que le rodean aquí y más allá de estas fronteras, a adquirir hábitos intelectuales que satisficieran sus inquietudes, a hacer deporte y hacer todo, todo eso con tesón, esfuerzo y constancia.

Añadamos también que de su familia, sus amigos, su perro “Whisky”, su primera, segunda y su tercera pareja, ayudaron a complementar muchas de las cosas que le enseñaron en las aulas y le añadieron algo que no cabría en ninguna ley de educación: El amor.

Con todos esos ingredientes no le fue demasiado difícil graduarse en la universidad. A quienes si le costaron un poco más fueron a sus padres, su madre tuvo que buscarse un trabajo y tuvieron que sacrificar vacaciones y caprichos. (Que se lo digan a su único coche, que aún lleva la pegatina de curro en la puerta de atrás)

Luego dos años repletos de cursos, prácticas de empresa, voluntariados y por fin… estaba dispuesto a llamar a la puerta de su primer trabajo. A estas alturas de la historia, supongo que sabrás cual fue la respuesta que encontró. Aunque él era de insisitir e insistió

Se le pasó por la cabeza salir al extranjero, pero pensó que ir a un sitio en una mejor situación en lugar de intentar la situación aquí, sería de cobardes, así que siguió repartiendo curriculums

Después de corroborar que no tenía ni el suficiente dinero como para emprender ninguna idea propia, hizo lo que muy pocos hacen, se sentó, pensó y reflexionó sobre cuál sería la posible solución al panorama que estaba viviendo. Lo primero que hizo fue responder a los que muchos le insistían diciéndole “así es la vida”, con un “No, así la hemos hecho nosotros”. Y le llevó a creerse a sí mismo que si así la habían hecho otros, ellos podrían cambiarla.

Tuvo que sentirse perdido para encontrarse consigo mismo, y no pasó poco tiempo cuando se dio cuenta de que en un mundo donde se gritan mentiras, el silencio no sólo era una gran verdad, sino un gesto de revolución. El silencio como pilar básico de la revolución de los perdidos. Silenciar las mentiras con verdades, silenciar las calles, plagadas del ruido de motores, con ruido de pancartas y gritos de justicia, silenciar la injusticia en el trabajo con huelgas cargados de democracia, silenciar la ignorancia con información, la parcialidad con la imparcialidad, silenciar la desilusión con esperanza y como no, el odio con libertad.
Tal vez el silencio no sea la solución, pero sin silencio no hay quien escuche, y tal vez alguien en otro sitio diga cual sea la solución y el ruido nos impida escucharla. Así que tal vez el silencio no sea la meta, pero sabed que no hay meta sin camino. 

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