sábado, 9 de marzo de 2013

HAY ACANTILADOS QUE DEBERÍAN DE LLEVAR TU NOMBRE

Solías ir despeinada para ahorrarle trabajo al viento, con la sudadera ancha de algún novio pasajero y una felpa en el pelo. En esos momentos habrías hecho llorar al tiempo por haberte hecho efímera, pero nunca te entretuviste en juegos, solías hacerlo de forma sutil. Sin avisar, cogías las palabras por las tildes…

…y lo mandabas todo bien lejos.

Había inviernos que te veía en manga corta, desafiando a los grados, proponiendo tu piel como campo de combate entre anhelos y pecados. Daría todas las briznas de aire y todos los orgasmos de mentira por volver a verte así vestida. Solo me evitaría estar durante los primeros minutos tras tu despertar, parecía que tus sueños te regalaban infiernos para cuando abrieras los ojos, sólo entonces…

…destrozabas todo cuanto veías.

Si las sábanas hablaran, preguntarían porque lo hiciste siempre encima y nunca bajo su abrigo, y tú le hablarías de prisas, de luces medio encendidas que dejaban ver la piel de quien intentaba poseer lo único que callaba y mataba sin ser sábanas, ni estar afiladas… tus curvas. Esas noches trémulas de estrellas sonrojadas y luceros del alba asomados antes de tiempo, queriendo verte despierta, o tal vez haciéndole el amor a algún poeta. Luego terminabas y dejabas en vilo la sensación de que algo comenzaba, si veías ilusión en los ojos de con quien habías compartido alguna travesura, solías hacer eso de…

...mandarlo a buscar baladas

¿Qué me dices de tus cabreos? Hay más de un acantilado que debería de llevar su nombre, o mejor, pongámosle el nombre de cada uno de tus enojos a cada uno de los botones de tu blusa. Así, los muchachos del barrio no serán lo suficientemente suicidas como para intentar desabrocharlos. Y si de suicidas va la cosa, ya sabrás que el cielo se ha suicidado por enroscarse entre tu piel. Ahora ya tengo una excusa para aprender a volar. De cuando te enfurruñabas se decía que todas las putas y sus esquinas aprovechaban para sonreír, y así evitar que alguien las pudiese comparar con tu sonrisa. A fin de cuentas, te enfurruñabas y al mismo tiempo…

…te olvidabas.

Daría todas mis palabras por no estar cerca de donde estoy, pues estoy bien lejos, y seguiría escribiendo sobre tu sonrisa, pero estoy destrozado; aunque mañana me encantaría verte, creo que estaré entretenido buscándote baladas… duele tanto saber que por mucho que te escriba, de mí, tú ya te olvidaste… 

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