miércoles, 17 de abril de 2013

DICEN POR AHÍ


   Hay por ahí alguien que se dedica a presumir de haber matado a la poesía. Cuenta que sabe de los secretos que tiene ella guardados entre las piernas, y que ha contado ya todas las estrellas, las ha enumerado, y les ha puesto precio. Las vende en no sé qué mercado de tus labios.

   Cuentan por ahí que la tristeza inspira, y que las ostias fabrican poetas. Que la noche en la que todos duerman y no haya alguien escribiendo, este mundo se irá a la mierda. Si pones atención y entras en los garitos sin pedir permiso, escucharás que últimamente corre el rumor de que esto llega a su fin, de que, ni tus hijos, ni los míos, verán la luz del día. Si les preguntas que cómo lo saben, te hablarán de poesía.

   Hay una librería donde entre cuentos, ensayos y novelas han oído decir que las primaveras son cada vez más cortas, que ya sólo florecen nomeolvides en los jardines del rey; que la hiedra ya no se enrosca bajo ningún balcón, pues no hay novio que corteje, ni chica adolescente en el mundo, que por palabras de amor, se sonroje.

   Si preguntas por el mendigo con galones en la estación de tren, él te contará la historia de que las olas que se vierten sobre las costas de la más que olvidada África, están cansadas de llorar, y ahora, que apenas les queda sal, pretenden inundar el continente. Que dicen que anhelan dar un trago de más, por los que siempre se hizo de menos.

   Dicen que el miedo se ha salido de su escondite, se ha maquillado de decadente, perfumado de narcisismo y ha salido a la calle vestido de espejo. A salido a buscar marido dicen, que él quiere a alguien que se rinda a sus encantos y al tiempo, él quiere a alguien que viva de puntillas y sin querer, le da igual que seas tú o que sean todos los hijos de vecino a la vez, y a sus pies.

   Si pones atención escucharás al asfalto que habla de manifestantes y temblores, de justicia y motores. El asfalto, cada noche, cuando nadie lo pisa, pregunta a la luz de las farolas sobre cuál será el motivo que nos lleva asfaltar tantos caminos, les pregunta qué a donde vamos si siempre nos ve volver. La luz de las  farolas, que siempre han tenido más historias que contar que la luz del Sol, siempre le responde diciéndole que no se preocupe, que lo único que pasa es que, ya sea a oscuras o a encendidas, estamos perdidos.

 Todo lo escrito hasta ahora se escucha por ahí, sólo hace falta oído y latidos para escucharlo decir, y aquí, aquí qué se dice, aquí se habla de verdad y se dice de ella que sólo visita entierros. Que le encantan los finales. Sea cuando sea, si el fin y la verdad tienen que llegar… que nos pillen bien follados.

miércoles, 10 de abril de 2013

ABRIÓ LA BOCA

El bebé abrió la boca, no porque tuviera sed o hambre, ni porque quisiera llamar la atención, simplemente la abrió y después lloró.

   El llanto repentino distrajo la atención de aquel hombre, que al mirar la silleta del bebé perdió la oportunidad de pedirle la cuenta al camarero que pasaba por su lado en ese momento. Salió del restaurante dos minutos más tarde de lo que lo habría hecho si hubiese pedido la cuenta antes. Volvió al trabajo y justo cuando iba a coger el ascensor que lo llevara a su oficina, la puerta se cerró, recordó los últimos análisis médicos y decidió subir por las escaleras, cuando iba por la cuarta planta, el esfuerzo le recordó que tendría que ir al baño, así que antes de sentarse en su despacho pasó por el servicio.
   Allí, sentado, escuchó como entraban dos hombres y empezaban a hablar sobre una fiesta sorpresa, eran dos de sus compañeros, así que puso atención en la fecha y el lugar. Sin quererlo había atropellado la sorpresa de aquella fiesta. Se haría el sorprendido, eso está claro, pero también aprovecharía la ocasión para ir “casualmente” bien vestido.
   Al día siguiente, compró una americana en una de las tiendas de la calle de la Platería. Allí discutió sobre el nombre del color de una de ellas: “Cobalto” decía la dependienta, “Marino” le quiso corregir él… Cuando terminó por escoger una, fue a tomar algo en una cafetería, que además de servir el mejor café de aquel rincón del mundo, también servía de trampolín a escritores noveles, pues allí se mostraban obras descatalogadas de cualquier editorial.  
   Mientras tomaba el café e imaginaba la cara de sorpresa que debería de poner al día siguiente, se fijó en un libro, pues su portada era de color azul marino. Se titulaba: “Un suspiro en un mundo donde no se puede respirar”. Ni tan siquiera hizo el amago de cogerlo, aunque el título no le dejó indiferente.
   Al día siguiente, sus amigos le insistieron en ir a tomar una copa después del trabajo, y él, que al principio se negaba escondiendo una sonrisa, acabó por ceder. Al entrar le esperaban todos sus amigos y una canción de cumpleaños feliz. La cara de asombro ensayada fue perfecta. Para todos excepto para la amiga de una amiga, es decir, una desconocida, cuya afición era el teatro alternativo y las clases de interpretación. A ella no le habría engañado ni el mejor de los ensayos. Así que cuando tuvo oportunidad se acercó a él, se presentó y le dijo:
            - Ya sabías que iban a darte esta fiesta, ¿verdad?, aunque tengo que reconocer que ha sido un lindo espectáculo tu cara de asombro.
   Desconcertado al principio y altanero después, respondió:
            - El lindo espectáculo está aquí, diciéndome lo que sólo para ella ha sido evidente.
            - Sólo sonrieron tus labios, te olvidaste de tus ojos
            - ¿Y ahora?, ¿sonrío de verdad ahora? – Hubo un silencio cómodo en ese momento. Seis momentos después bailaba con ella. 
   Llegado un punto de la noche donde el alcohol lo hacía osado, le susurró con una balada de fondo, el título de aquel libro que leyó:
             - Esta noche has sido para mí, como un suspiro en un mundo donde a veces creo, que ni se puede respirar.

   Creyó que no surtió efecto, pues no reaccionó de ninguna forma, pero entre latido y latido se coló aquel suspiro del que hablaba y casi sin darse cuenta, ella quiso conocerlo.
Una vez, dos, tres y hasta seis años pasaron hasta que ambos se casaron. Pero eso es otra historia con sus propias casualidades cosidas al milímetro.
  
   Sólo me detendré al final. En la curva de aquel suave círculo que describe todo el camino y que a la vez, delimita el punto y continuará de cualquier historia…

   Al final, aquel hombre que estuvo un día en aquel primer bar, abrió la boca, no porque tuviera sed o hambre, ni porque quisiera llamar la atención, simplemente la abrió y después murió.