domingo, 28 de julio de 2013

ENTRE LECCIÓN Y LECCIÓN

Por qué será que cada vez que me pierdo me termina encontrando mi particular realidad. Cojea al ritmo de una canción de blues. Siempre con una mano vacía y en la otra un puño. Cerrado.

Luego siempre suena el móvil. Intento explicarte que no se trata de ti, sólo es que no soy feliz. Aún  no aprendí a hacerlo y entre lección y lección entretengo al público escribiendo en este intento de blog.

Será que escribo poco
hablo lo justo
y pienso demasiado

Será que la madera de mi lápiz
procede de un sauce llorón
al que talaron cuando una brizna de aire
le hacía el amor

Será este calor,
que cierro los ojos
y me pregunto si eres tú
o esta mierda de estación


Será que no me olvido de eso de que siempre empiezo a escribir en Si menor, será mi lacra, o será la Luna que aún sigue recordándome mi deuda por verte desnuda. No sé qué será…


…pero hoy no me siento mejor. 

lunes, 15 de julio de 2013

IMAGINA


   Al otro lado del espigón la luz de las primeras llamas se tragaba la oscuridad de la noche. A estas alturas la flota del señor de la isla de Beëila estaría contraatacando las más de dos docenas de galeras que se acercaban por la costa occidental. Seguramente ya hubiesen empezado a defenderse catapultando barriles de brea y flechas envueltas en fuego desde lo alto del adarve del castillo.

    La luz y el sonido del crepitar de las llamas le hacían suponer al contramaestre que más de un palo mayor estaría ardiendo, jarcias incluidas. Sólo esperaba que los capitanes al mando hubiesen sido lo suficientemente inteligentes como para plegar las velas y sacar los remos al acercarse a la costa. Aún no se escuchaba el choque del acero, y eso era una buena señal, significaba que la batalla aún no se había llevado a tierra firme, y que todavía estaban a tiempo de sorprender a la guarnición del castillo por su retaguardia.

   - ¡Señor, Marina está anclada, esperamos órdenes! – Quién informaba era Taburete, un soldado en el que se podía confiar, estaba al mando del resto de los suyos y todo el mundo lo llamaba así porque se decía de él que fue capaz de dejar fuera de combate a dos hombres armados de acero, con la pata de un taburete. Desde entonces, llevaba la corta pata atada al cinto, mostrándola, para que a nadie se le olvidara lo diestro que podía llegar a ser.

   - Ordena sacad los botes y remos, cargadlos con candiles y armas, y dejad a seis hombres a bordo – A pesar de que necesitaría todos los hombres posibles, el contramaestre no podía permitirse abandonar la salvaguarda que suponía su bergantín.

   Bajaron en los botes al agua. Tras los afilados espigones que circundaban esa cara de la isla reposaba la paz que faltaba al otro lado. El cielo estrellado y sin luna se reflejaba en las aguas, ahora más tranquilas. Se podía escuchar en la lejanía una melodía hecha con girones de viento, y el ruido del fuego y gritos angustiados de hombres empujados a la batalla, como contrapunto.

   Los hombres remaban en seis botes dispuestos en una hilera de dos, encabezados por los gobernados por el contramaestre y Taburete. Poco a poco iban adentrándose entre un mar de  rocas salientes que dibujaban un, cada vez más hermético laberinto de pizarras y corrientes de agua. Detrás dejaban a Marina y seis hombres a bordo. Las velas del bergantín, la mayoría recogidas, estaban tintadas de un azul marino que, si difícilmente se veía desde la perspectiva de los hombres que se alejaban, menos aún se verían desde un punto más alto, pues se confundían con el agua. El barco y los hombres perfectos para desenfundar el acero antes de que nadie los viera. Entrar y hacerse con el control de la puerta oeste de la fortaleza, esa era la misión.

   Taburete empezó a contar la historia de aquella melodía que el viento se encargaba de fabricar allá arriba, en las entrañas del castillo:

   - Dicen que los Beëilisianos se encontraron bestias reptiles, tan grandes como caballos, cuando llegaron hace siglos a esta isla – Susurraba con tono amenazador lo suficientemente alto como para que todos pudieran escucharlo, y temerlo – Sus espadas dieron caza a casi todos, a los que no mataron, los domesticaron. A todos excepto a uno, a una mole de escamas tan grande y feroz que arrancaría el mástil de una galera de un solo bocado. – Esbozaba una sonrisa pícara, pues sabía que más de un soldado se removía ya inquieto en su asiento. El pobre Pot, un soldado joven y de noble cuna odiaba tener que lidiar con las historias de Taburete, aún así le reconfortaría tenerlo cerca durante la batalla. Taburete siguió contando: - A esa criatura no consiguieron matarla, pues sus escamas eran tan duras como el diamante, y no había lanza que pudiera atravesarlas. Así que le tendieron una trampa y la capturaron, desde entonces la tienen encerrada bajo los cimientos del castillo, cuyos muros le sirven de cárcel. Allí, adormilada respira creando esa melodía que escucháis, y por eso los mercaderes llaman a esta isla, la isla que canta. – Sonrió burlonamente – Aunque más bien deberían llamarla la isla que respira.

   El contramaestre sabía que toda esa historia era solo habladurías de ancianas y bardos. La melodía que el viento forjaba era producto de un millar de agujeros que tenía la pared este del castillo, laminados en bronce, de tal forma que el viento, al pasar por las oquedades de la piedra componía una particular melodía. Siendo distinta cuando las rachas de viento anunciaban una tormenta. Los antiguos utilizaron esa estrategia para que el pueblo supiera cuan cerca estaba el mal tiempo, pues en ese pequeño rincón del mundo, las tormentas eran frecuentes. Fuera como fuese, los Beëilisianos consideraban el silencio un mal augurio, y él, estaba dispuesto a utilizar eso a su favor.

   El discurrir del agua salada se estrechaba, los seis botes avanzaban ahora entre dos moles de pizarra de varios cientos de metros de altura. Tras las rocas de la derecha dejaban su billete de vuelta, el bergantín; tras las rocas de la izquierda, el campo de batalla, aquello que les daría una vuelta repleto de honores e historias que contar.

   Según las indicaciones del contrabandista al que apresaron, la escalinata por la que podrían acceder a la isla debería de estar muy cerca, así que remaban ojo avizor e intentando ser tan silenciosos como un mal augurio.

   Cuando estaban a punto de encender los candiles, el contramaestre atisbó un saliente a babor y ordenó que detuvieran el avance con el puño en alto. Los soldados mantuvieron los remos en el agua para darle estabilidad a los botes mientras taburete saltaba al pequeño saliente y echaba un vistazo. Desde su perspectiva la escalinata era tan empinada que parecía llegar al mismísimo cielo. Justo como había descrito el contrabandista. “Alguien se acaba de ganar la libertad” Pensó taburete.

   Amarraron los botes y comenzaron a subir. Si había alguien que no sonreía mientras ascendían por la escalinata, ese era Pot, a él le hubiese gustado ser uno de los seis elegidos para quedarse en el barco, allí donde el silencio era una compañía agradable, y no iba de la mano de ningún acero. Aunque si quería ganarse el respeto de los vasallos de su padre cuando volviera al reino, más le valía traer su armadura llena de abolladuras y sangre ajena.

   Fue una ascensión interminable. La superficie estaba húmeda y exigía ser lo más escrupuloso posible a la hora de decidir donde pisar. Escalaban en una hilera de a uno, el contramaestre a la cabeza.
   Cuando consiguieron ascender se encontraron envueltos en un pequeño bosque de pinos soldado. El suelo estaba lleno de hojas de aguja y piñas. La puerta del castillo se alzaba a menos de una legua al oeste, así que se pusieron en marcha.

  Avanzaban silenciosos, por entre los árboles, dejando el camino a su derecha, visible y sin ninguna patrulla que custodiara ese lado de la isla. Cuando atisbaron la pared de sílex y granito del castillo se detuvieron.
   - Esperad – Ordenó el contramaestre – Mirad allí, ¡maldita sea! Acaba de salir una avanzadilla. – Una docena de hombres se dejaba ver, la poca luz de la noche se reflejaba en sus cotas de malla. Un hombre ordenaba al resto a dividirse e inspeccionar los bosques circundantes. “Alguien se ha ido de la lengua” pensó el contramaestre.

   - ¿Atacamos, mi señor? – Preguntó Taburete inquieto.
   Ellos eran más, pero si salían al camino y se dejaban ver, darían la voz de alarma. Mientras pensaba en qué decisión tomar escuchó una orden que hizo que sus miedos se alzaran en armas.
   - ¡Llevad a la bestia con vosotros! – De entre las sombras, aparecieron tres hombres que arrastraban a un lagarto tan grande como un caballo adulto, aunque no llegaba a tener su estatura, sus patas eran fuertes, su cola se movía nerviosa ora arriba ora abajo, y lanzaba dentelladas a los soldados que lo llevaban amarrado del cuello con un listón de acero. Ellos y dos hombres a caballo se dirigían hacia su escondite entre los pinos.
   - Orden, mi señor – susurró Taburete mientras se acercaban - ¡Orden, mi señor! – Gritó taburete cuando los tenían casi encima – Ahí vienen… - dijo ahogado, echándose la mano a la pata de taburete.
  - ¡Responda! – La voz que sonaba era otra, incluso el lugar era otro - ¡Responda señorito Iván! ¿Sabe acaso de que hemos estado hablando durante toda la clase? – Quien le preguntaba era el profesor de filosofía, llevaba un libro en las manos y lo observaba fijamente. De repente se dio cuenta de que todos lo miraban, y de que ya no estaba en la isla de Beëila.
   - Dígame, ¿sabría decir de qué han tratado los últimos cuarenta y cinco minutos?, ¡Oh, claro que no! – Dijo sin dejarle tiempo para responder – Ha vuelto a quedarse pasmado, ensimismado pensando en dios sabe qué.
   Estaba avergonzado, escuchaba a algún compañero aguantarse la risa a sus espaldas, pero no supo que decir, sólo agachó la mirada.
   - ¡Silencio! – Esta vez se dirigió a toda la clase – A ver, Daniel, díganos usted que acabo de explicar.
   Daniel, al otro lado de la clase, se levantó erguido y comenzó a recitar:
   - Hemos estado hablando sobre el concepto de la imaginación y la opinión que tienen al respecto distintos autores.
   - Muy bien, puedes sentarte. – Luego prosiguió con la clase – Para Kant había dos tipos de imaginación…
 
   Iván, avergonzado, volvió a zafarse de la realidad con tan solo una pregunta en su interior, una pregunta que seguro que si la formulaba, ni Daniel, ni el profesor, ni el mismísimo Kant sabrían responderle: “¿Qué habría ocurrido con el contramaestre, Taburete, Pot y el resto de soldados?”

jueves, 11 de julio de 2013

PARA ELLOS









Para los que sonríen en el metro
Para el soldado que duda una orden antes de apretar el gatillo
Para quienes se atreven con una pista de baile vacía
Para los que creen que a este mundo siempre le sentó mejor una nariz de payaso que una corbata
Para los que aún tiemblan con Extremoduro
Para los que después de tantos años trabajando tuvieron que volver a aprender lo que era un curriculum vitae, y aun así, siguen luchando
Para quienes hoy en día, siguen leyendo libros de poesía
Para los que prefieren tres y suspensivos, en lugar de uno y a parte
Para los valientes que lloran a cara descubierta
Para quienes son voluntarios
Para los que prefieren dar una moneda al que pide en la iglesia, fuera, que a los que piden en la iglesia, dentro.
Para los que prefieren salir a manifestarse a favor de la libertad que en contra de la represión.
Para los que aman
Para quienes ansían dejar de dormir en otra cama
Para los que ya no están
Para quienes se dejan la piel trabajando el campo que nos vio crecer
Para los que aún sueñan en la misma dirección en la que sopla el viento
Para quienes aún se dejan mojar cuando llueve
Para quienes adornan los silencios silbando y para quienes regalan silencio escribiendo
Para los que creen en la magia
Para quienes sufren y lo hacen de pie
Para quienes se caen con la única intención de aprender
Para quienes no temen a lo desconocido pero si a aquello que no admite duda
Para quienes besan con los ojos cerrados
Para los que viajan pensando en el camino
Para los que sienten la música
Para quienes escuchan al viento
y para tantos, tantos más…


GRACIAS


(VídeoPoema)