domingo, 28 de febrero de 2016

VIDA IMPERTINENTE


     Es impertinente, la vida, como la niña que en lugar de alzar la mano, alza la voz y pregunta sin conceder un respiro a su interlocutor. ¡Ay la vida! yo la imagino, también, frustrada ante la confusión de algunos, que enzarzados en diatribas nimias, afanados en discutirla, acaban por perderla sin llegar a comprenderla. También la imagino embarcada en viajes caprichosos, donde el guía, ruborizado por su impertinencia, se dedique a reivindicar su voto de silencio y así consiga despistarla, apartarla de una imagen clara de un destino, o una hora de llegada.

    La imagino, a veces, débil y moribunda, ajena a su propia naturaleza, sin ánimo para su impertinencia. Niego con la cabeza. “Imposible”, me digo. Es entonces cuando la vida se me antoja una atleta de fondo que avanza sin descanso, abarcando todas direcciones, en ambos sentidos (hacia fuera, y hacia dentro), impulsándose en los vivos, iluminándolos y despegándose de ellos para seguir saltando, a la carrera. De vivo en vivo, con un reguero de felices y saciados muertos tras su estela.

¡Qué impertinente es la vida!

    A veces me acosa la vida y me obliga a lanzar el grito a mis dedos, resultando discursos como estos: «Desde el primer momento en que admita que mi vida empieza a carecer de sentido, empieza a oxidarse, como una fruta mordida, y a tomar el color que le corresponde por definición: el de una mierda (me niego a utilizar otro término más literario); Será entonces, si así lo reconozco, cuando me vea en la tesitura de tener que decidir si unirme a la costumbre popular de aceptarla como inevitable e incluso exponerla, orgulloso de la misma, presumiendo haberlo admitido, o, por otro lado, decida arrinconarla, pisotearla con alegría, admitir mi derrota y, si el dicho lleva razón, tener algo de suerte durante el tiempo que me reste».

    También la imagino lluvia. Prescindible es el vivo, imprescindible la vida: Eterna. La imagino bella, la puedo concebir en el dedal de mi abuela, dentro de una cajita de música, enterrada bajo la cabaña que construyen unos chavales un día de viento, deslizándose por las curvas de una mujer ajena a su tiempo, olvidada en la chistera de un mago, tañendo las campanas al vuelo, en el atardecer de tu mirada, en el fondo de un paragüero, sujeta con pinzas a las esquinas de una viñeta de cómic, de resaca entre tus piernas, puesta hasta arriba en una guerra de egos, durmiendo entre fronteras, rimando en el poema “Parecen prohibidos los te quiero-s”, congelada en el pulgar de un autoestopista, se desliza por la barra del parque de bomberos, avisa, late, alza el vuelo, viene lenta, se va deprisa… ¡ay la vida! 

    Como usted, señor Manrique, la recuerdo haber visto discurrir por la tierra ahondando en ella, formando cicatriz. La vi flotando en el río, la vi en la mar, la vi ahogada en un sirio sin mamá.

¡Qué impertinente es la vida!