domingo, 24 de septiembre de 2017

SIN RÍOS EN MIS ENTRAÑAS NI NUBES EN MI CABEZA

Salieron los esclavos a manifestarse,
reclamaban cadenas más cortas.

Se prohibieron los horarios
y se apaleaba con anuncios a quien estuviera aburrido.
Al enfermo se le aislaba,
pero no se le mataba.

Mirarse a los ojos era delito.
Descubrir las intenciones del otro se penaba con la cárcel.
Todos los días a las dos del mediodía
se anunciaba en la tele la muerte
inesperada y repentina de Dios.

Se acabó escuchando gritos de auxilio
desesperados, desgarradores.
Afónicos gritaban, se desgarraban las ropas, se tiraban del pelo.
Lloraban, gemían.
¡Piedad!
decían los hombres libres que temían la libertad.

El miedo se hizo ley,
el pueblo verdugo,
la piel se hizo frontera
y el presente, futuro.

Los gritos fueron por fin murmullos,
hubo estallidos de quietud.
Las chanzas se hicieron despedidas,
los abrazos saludos militares,
ley marcial para los individuos,
armisticio para los plurales.

Adiestrados, mansedumbre saciada.
Sin ríos en sus entrañas ni nubes en sus cabezas,
asentían a las rebajas y negaban alterados
a los viciosos desvaríos de profetas alarmistas.

Se expoliaron sueños e indecencias,
se rasaron hipótesis y fantasías.
Flagrantes delitos eran los del poeta,
por enaltecimiento a la belleza,
encerraron entre rejas a la poesía.

Salieron los esclavos a manifestarse, reclamaban cadenas más cortas.