lunes, 21 de octubre de 2019

LA ALTURA DE LA HIEDRA

Lloro el lugar del que vengo.
Lugar donde ya no se recuerda el nombre de las aves,
los colores tienen dueño,
y las nubes han aprendido a permanecer.

En el lugar del que vengo
vivimos todos en la huella horadada
del zapato de un antiguo coronel.
Son órdenes nuestras más altas cordilleras
y sabemos desde niños el verdadero nombre de la muerte.

¿Viste los altos muros a ambos lados del camino?
le hemos robado la altura a la hiedra
y la sombra a los mirlos.
En el lugar del que vengo gobiernan álgebra y cinismo.

Rayo violento de tus palabras,
¿qué harías tú si vinieses de un lugar como ese?
Si pudiendo ser grito, coz o desliz
fueras obligada a ser el bostezo de un doméstico animal.
Dime, ¿qué harías tú si vivieras en las pestañas del orgullo?
Si pudiendo ejercer tu derecho a ser revuelta popular
fueras obligada a ser herida de guerra sin cicatriz.

Cabe esperar que todos mis días pasados quepan en ese lugar del que vengo
y no haya aquí más testigo que yo mismo;
quisiera entonces que usted…
¡Osadía!
¡Triste duelo de licencias!
fuera a aquel lugar en mi nombre,
conociera a la larga ballena de mis recuerdos
y los redimiera a todos de la forma más violenta.

Cuídese de tratar con la vieja higuera,
con las ovejas que balan aquello de que han muerto todos los pastores.
Aléjese de todo aquello que deje huella
y cuídese, sobre todo, de que sus ganas de volver
nunca mueran.



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