sábado, 7 de enero de 2012

AL TRASTE. CAPÍTULO VIII: ÉRAMOS UNO

   Había cerrado los ojos en cuanto había saltado, caía en picado, apenas podía respirar. Tenía miedo, ahora ya nada pasaba por mi cabeza... solo caía. Llevaba así unos pocos segundos y creí llevar horas, tenía el corazón encogido y los dientes apretados, me resistí a gritar. Mis brazos estaban extendidos intentando mantener un ficticio equilibrio que no me hiciera caer cabeza abajo o empezar a dar vueltas. Luego el frío viento comenzó a ser menos intenso a mi alrededor, al principio, aún con los ojos cerrados, creí que se debía a que de un momento a otro me estrellaría contra el suelo, así que por acto reflejo me puse las manos cubriéndome la cara, al hacerlo me protegía del viento y podía abrir los ojos, así que entorné uno de ellos,  lo que pude ver a mi alrededor fue una densa niebla, era de noche, atravesaba a gran velocidad una espesa y grisácea niebla, no podía ver a un palmo de mis narices y aunque seguía haciendo mucho frío y seguía teniendo la misma sensación de caída y pánico, el no poder ver un gran vacío bajo mis pies me alivió un poco.

    Tras esos pocos segundos de caída a través de la densa niebla empecé a mojarme, es como si lloviera hacía arriba, al parecer era una nube y el agua que empezaba a condensarse a mí alrededor y que a punto estaba de precipitar me mojaba desde los pies hasta la barbilla. En ese momento volví a cerrar los ojos y al dejar de sentir el agua los abrí. Había salido de la nube y podía ver el vacío que había a mi alrededor. Ahora sí grité tan fuerte como pude. Podía ver a lo lejos, bajo mis pies, una pequeña nube de tono azulado, en su centro había una especie de círculo, como si estuviese agujereada. Casi no podía abrir los ojos, el aire me entraba por todos lados y no me dejaba escuchar nada, no escuchaba ni mis gritos y podía ver muy poco. A pesar de ello, a juzgar por mi trayectoria, entraría en la nube azulada justo por aquel agujero. Así fue, unos dos segundos más tarde cruzaba por aquel agujero, y menos mal que fue así, porque en cuanto lo crucé empecé a frenarme, como si el aire fuese cada vez más denso o como si acabase de abrir un paracaídas. Ocurrió de forma suave y descendió la velocidad hasta tal punto que parecía que me había detenido justo en mitad de la nada.

    Dejé de gritar a medida que me iba frenando pero no pude cerrar la boca, estaba boquiabierto. Por primera vez había retirado la vista de mis pies y miré al frente. La oscuridad de la noche se veía interrumpida por la brillantez de millones de estrellas, a pesar del nublado cielo que había sobre mi cabeza, en el horizonte podía verse el firmamento. Justo allí, parecía recién despertar dos Lunas, la nuestra con su tez plateada y que esa noche se dejaba ver entera estaba un poco más alta y era un poco más grande que la segunda, la otra, un poco más pequeña y de un tono azulado, parecía perseguir la estela de su compañera. Era como si estuviera en otro mundo, recordé las palabras de Roche: “es mágico”, me dijo, así que supuse que todo lo que vería allí no necesitaría de explicación alguna. 

   También pude ver una especie de cinturón donde se concentraban muchas más estrellas, comenzaba al este de las montañas y se perdía en las nubes que acaba de cruzar justo encima de mí. Delante, en la lejanía, había una gran cordillera de montañas de picos blancuzcos y escarpadas paredes. Eran Las mismas montañas que pude ver desde lo alto del acantilado. A los pies de aquella majestuosa cordillera nacía un bosque de pinos enormes y verdes iluminados por las lunas. No dejaban ni un ápice de tierra visible y a cada cierta distancia había un árbol que sobresalía frente a los demás, triplicaba el tamaño al resto de pinos y su forma era como la de una de esas enormes secuoyas, aunque mucho más grande si cabe. A derecha, izquierda y atrás, el bosque se extendía hasta donde alcanzaba mi vista. Seguía habiendo esa uniformidad de una secuoya gigante cada cierto tiempo.  Aún seguía cayendo y aún seguía boquiabierto por aquel bello paisaje.

   El aire durante mi lento descenso se tornó caliente y al cambiar tan rápidamente de temperatura me dio un escalofrío que me recorrió todo el espinazo. Me abracé, sonreí, parecía que después de todo, aquel salto no sería el último de mi vida. Estaba mucho más tranquilo, así que sin miedo, miré hacia donde me hacía descender aquella corriente de aire. Al parecer, y si seguía así, me toparía con la copa de una de esas gigantes secuoyas, aunque parecía extraño, aquella copa no acababa en una fina rama, dotando al árbol de esa forma puntiaguda... acababa en el mismo tronco cortado horizontalmente. Es como si hubiesen cortado aquel árbol justo por ahí. Aún me faltaban bastantes metros por descender, me fijé en ese detalle en el resto de árboles gigantes y efectivamente, podía discernir en los más cercanos que acababan de la misma forma. Era raro, pero también era un alivio, si hubiese sido como uno de aquellos pinos que me rodeaban no habría sabido a donde agarrarme. 

   Ya estaba a pocos metros de la base de la copa de aquel árbol gigante. Aquella corriente de aire caliente me dejó de forma suave sobre aquella especie de tocón, al hacerlo me puse de cuclillas, pues la base del tronco no superaba en mucho el diámetro de mi cuerpo. Apoyé las manos y al hacerlo me di cuenta de que allí había una especie de agujeros que aspiraban el viento. Al parecer eran aquellos agujeros, aquel árbol gigante, quienes provocaban la corriente de aire caliente. Miré hacia arriba y vi a las nubes en movimiento sobre mi cabeza, parecían formar una especie de cono que poco a poco se arremolinaba sobre aquel árbol. Tragué saliva, volvía a embaucarme la sensación de miedo, no me gustaba la pinta de aquellas nubes, tenía que bajar de aquel árbol y llegar a la superficie lo antes posible. Asomé la cabeza por uno de los lados, la densidad de las ramas de aquel árbol y los pinos que lo rodeaban mucho más abajo, no me dejaban ver la distancia a la que estaba el suelo. De todas formas las ramas eran gruesas y salían de forma alternativa de aquel tronco, eso me permitiría descender por ellas sin mucha dificultad. Estaba decidiendo por qué lado del tronco sería más cómodo mi descenso cuando comencé a escuchar una suave melodía. Detuve mi búsqueda y me centré en escuchar, al principio la música era muy leve pero luego iba aumentando el volumen y su composición, como si se añadieran nuevos instrumentos musicales, era una lenta y suave orquesta repleta principalmente de violines, parecida a la música clásica. El sonido salía de aquel tronco, y al cerrar los ojos y apegar mi oído a la superficie rugosa de la madera podía discernir algunas notas que descompasaban la  orquesta. Me moví un poco y al hacerlo las notas cambiaron, entonces lo deduje, era la entrada de aquel viento al penetrar por los agujeros del tronco lo que provocaba el sonido y al yo tapar varios de ellos con mis piernas y mis manos, la melodía no era armoniosa. La naturaleza del árbol era increíble.

   Miré de nuevo arriba, ahora las nubes estaban cada vez más cerca y empezaban a tener la forma de un tornado con el cono apuntando hacia la base de mi árbol. Tenía que empezar a descender y tenía que hacerlo ya. Comencé por el lado más asequible y empecé a bajar lentamente y de forma segura. Al dejar de tapar los agujeros la melodía se convirtió en una preciosa y armónica orquesta tocando suavemente, era precioso, me puso el vello de punta... la noche, aquellas dos lunas dotando de azul y plata a aquel maravilloso valle, aquellas montañas escoltando el verde del bosque, aquella virtuosa melodía... Si no hubiese sido por la sensación de miedo que aún me recorría todo el cuerpo, no habría dudado en permanecer allí toda la noche.

   Mientras descendía pude observar como los árboles gigantes más cercanos comenzaban a atraer hacia ellos una espiral de aquella nube, como si quisieran apropiarse de ella. El sonido de la melodía recorría todo el tronco y me acompañaba en mi descenso, lo que antes fueron sólo violines estaban acompañados ahora por el sonido parecido al de un piano. Por lo visto, la secuoya más cercana, a cientos de metros de aquella por la que yo estaba bajando, tocaba su propia melodía distinta de ésta. Al otro lado, aunque no lo viese, si que escuchaba el tamborilear de otro árbol gigante que seguramente también estaba absorbiendo la nube. El valle entero parecía inundarse en una guerra de melodías preciosas, era como un sueño.

   Llevaba ya desciendo varios metros y entraba ahora en la parte en la que la cúspide de  los pinos más cercanos igualaban mi altura, desde aquel lugar podía ver el suelo. Ya me quedaba menos. Seguí descendiendo, pero de repente, la melodía de todos los árboles gigantes se detuvo, no era un buen presagio, me apuré en mi bajada y pocos segundos después se escuchó el tronar de un relámpago, el suelo y todos los árboles temblaron, me desequilibré, mi mano se escapó de una de las ramas, no la pude asir y caí, intenté agarrarme a la rama donde tenía mis pies pero me fue imposible, luego me golpeé en la cabeza y perdí el conocimiento... 

   No sé si soñé, no sé ni si estaba vivo, solo recuerdo la vaga sensación de que mi alma bailaba al son de aquella melodía que ahora volvía a sonar dentro de mí, todo lo que sentía era mi cuerpo guiado por la dulzura de aquel bello sonido, el viento y aquel suave vibrar suyo... el viento y aquel suave vibrar mío éramos uno.

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