Rómpete en pedazos
y cuéntate,
pero ten cuidado por
donde pisas
que derramé anoche mis
regalos
por el suelo de tu
habitación
y esta mañana huele a
desencuentro.
Caminaba sobre adoquines
y elegí,
y estuve pensando en
dejar algo claro:
No me juzgues por lo que
hago, ni por lo que digo,
pues antes de hacerlo he
elegido...
júzgame por lo que hago y
por elegir hacerlo.
Júzgame con mi elección.
En este mundo,
antes de que el asfalto
tuviera opinión,
solía hacer las cosas a
mi manera,
afilaba mis mejillas para
no conocer a nadie;
pringaba de desencantos
la palma de mis manos
para que nadie las
estrechara;
escondía las asperezas
del nuevo día
para que no amaneciera;
rendía homenaje a la
ignorancia
para que no supiera;
prohibía las letras “co”
para que no sintiera,
y hacía añicos mis
verdades
contra la flor y nata de
la poesía:
las heridas.
Antes de que vendiera mi imaginación
a la gratuidad de mis
palabras,
me arrancara las
intimidades y las escondiera
en versos esquinados,
antes de teñirme el gris
de mis solapas
con el azul de las nomeolvides...
Había color en la habitación
donde las sonrisas tenían
un motivo
y eran conscientes hasta
las polillas
y el polvo de debajo de
las costuras,
de la complicidad que nos invadía...
Y ahora todo se ha
partido en dos
(en dos, para más sorna),
hasta cuando estoy
enfrente
de mi reflejo en el
cristal,
creo ser dos:
Uno evitando,
el otro evitando-te
He creído que:
Cuando algo no puedes
contarle
a la persona de al lado,
se llama secreto;
Cuando no hay nadie al
lado
y gritas lo que no
hubieras contado,
se llama herida
Herida que sólo la poesía
disfraza,
herida que fluye en la
dirección en que sopla el viento
siempre enredada
siempre enfermiza y
contagiosa
herida que no termina,
ni sangra, ni cicatriza;
Ni hay piel que la cubra,
ni ceniza que al verla no
recapacite
y arda...
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