martes, 5 de junio de 2012

SABEN QUIEN PERDIÓ


  

    Un Sol amaneciendo, el trinar de unos pájaros despertando, una sombra que aún tintineaba proyectada en su espalda, desnuda, como la intención de hacer que el espacio entre ella y él se quedara en nada. 

   Si había un atisbo de descaro en aquella escena, no estaba en su mirada, estaba en su piel. Porque allí donde los párpados hacían de telón había todo un mundo guardado para los dos, colgado del hilo de su transparencia y balanceándose entre marrones color miel. Sonrió, y lo hizo para desviar su atención del roce de sus manos. Tocó una piel tan suave como el aire que respiraba, como él, entró en sus adentros y a partir de entonces, esa noche,  la necesitaría para poder vivir. 

   Ella negaba con gesto obstinado. Pero sus labios se humedecían, regaban el deseo y brindaban la oportunidad de sumergirse en ellos. Hay quien piensa que uno de los dos murió allí. Hay quienes dicen que hicieron el amor; y hay quien no dice nada. Y éstos últimos llevan más razón que ninguno, porque hubo más de nada que de todo, ya que si todo es aquello que ya está inventado, allí se ahogaron los dos entre olas de nada, tan altas como profundas.

   No hubo beso en un primer momento, ni lo hubo durante los primeros cinco minutos... y los siguientes cinco, al ver lo que creyeron que les aguardaban, decidieron suicidarse tirándose de la cama. Pero hubo beso después, en aquel minuto despistado que estaba tan enredado entre la magia de su pelo, que no se preocupó de lo que pasaba... allí, hubo beso, y entre dos labios y un desierto de inocencia, nació un mundo entre los dos. 

   Hubo un segundo beso con más mesura que el anterior, y un tercero que tenía la intención de ser eterno, pero tan efímero como los otros dos. Con cada uno se escuchaba el clamor de quien derriba una injusta muralla o revienta una frontera. Era como la sensación de libertad, una libertad cargada de ganas atrapadas entre gargantas... ahogadas entre palabras frías. 

   Una gota de sangre helada se mecía sobre el hombro de ella, recordándole el secreto de sus venas y la condena de su negación. Le susurraba despacio, cerca de su oído. Pero su oído ensordeció cuando las caricias se precipitaron entre sus piernas. Él dejó todos los arrebatos posados sobre las yemas de sus dedos, que volaron sin nada que los retuvieran y un millar de sonrisas mal disimuladas que los animaban. 

   Él, agotado de costuras entre los dos, y que para estar allí había tenido que dejar su orgullo colgado junto a su camisa, encantado habría devorado los pocos hilos de amargura que los “separaban”. 

   En la cama, escenario y campo de batalla donde tantos “no” eran enterrados bajo toneladas de caricias, se rompieron las sábanas ante el estrépito de roces: de la piel de él a los suspiros de ella; de la agitada respiración de ella al anhelo de él, de un rincón donde se ponía el Sol hasta el otro donde moría la madrugada... allí peleaban deseo y razón. 

   Ambos saben quien perdió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario