martes, 10 de julio de 2012

HECHA JIRONES

  

   Eva apagó la tele, olvidó hacerlo antes de irse a la cama y se había despertado entre noticias espantosas: niños soldados, hombres y mujeres clamando justicia en una Siria hecha jirones, una tal prima de riesgo en su particular montaña rusa...  

   Echó un vistazo a la habitación y después se arrepintió. Había ropa en el suelo y tirada sobre el sofá, la mesita del salón estaba llena de pañuelos y una cajita de Prozac abierta, varios papeles parecían haber servido de improvisada bayeta y aún yacían húmedos y tirados a un lado de la mesita; Había una carta escrita a mano encima de un sobre cerrado y una media docena de borradores, hechos una bola, alrededor. Junto a la carta había un portarretratos con la imagen de Eva y el que fue su marido. 

   Suspiró, cogió la carta, la metió en el sobre, se calzó, se atusó el pelo y se dirigió a la puerta. Dejó la carta en el suelo, en la entrada, y después de hacer el amago de coger el paraguas y no hacerlo finalmente, salió del piso. En la carta, en medio del blanco del sobre, rezaba: “Para ti” 

   Fuera chispeaba, así que Eva fue del amparo de un balcón a otro, hasta que después de unos diez minutos andando llegó ante un alto edificio de la barriada de Aluche donde vivía.  Salió del resguardo de las cornisas para echar una ojeada arriba, las gotas de lluvia se entremezclaron por un instante con la miel de sus ojos, luego se acercó al portero del edificio. Esperó a que alguien abriera y entró detrás. Subió por las escaleras, despacio, como si en cada escalón tomase una importante decisión. Llegó hasta la puerta del ático, parecía trabada, así que tuvo que empujar con fuerza hasta conseguir abrirla. 

   Salió fuera, seguían cayendo algunas gotas. El suelo de un rojo vivo y húmedo contrastaba con el gris del cielo. Eva se acercó hasta el borde del edificio, miró abajo, tenía diez plantas. Abajo en aquella parte del edificio, se podía ver el asfalto de una bocacalle por la que no solía circular nadie, “perfecto” pensó Eva. 

   Se descalzó y se subió al borde del edificio. Desde allí, el resto de su vida se resumía a dar un paso atrás, o darlo hacia delante. Cerró los ojos y alzó el rostro sintiendo el repiqueteo de las gotas de lluvia sobre su piel. “Seré como una gota más, caeré como el agua de lluvia. El agua no siente, el agua solo fluye. Y además es justa, moja tanto a ricos como a pobres, le da la vida a quien la bebe y se la quita a quien no lo hace, sin distinción. El agua es vida, pero en su ausencia, también es muerte. Hoy me despido también de ella...”

            - ¡Ey, chica! ¿¡Qué coño haces ahí arriba!? – La voz de una mujer interrumpió sus cavilaciones y casi le hace perder el equilibrio - ¡Pero ten cuidado, joder!
   Eva hizo caso omiso, tenía que saltar ya o aquella mujer llamaría a la policía. “La policía otra vez no”.
            - ¡Maldita sea!, ¡si vas a saltar espera a que pasen esos niños!
   Al escuchar aquello, Eva se acuclilló automáticamente, abrió los ojos y miró abajo, allí, en el asfalto, no había nadie...
            - Una suicida preocupada por la vida de los demás, que bonito – dijo sonriendo una mujer mayor. Estaba en el balcón del último piso, a apenas unos metros debajo  y a la izquierda. – Si tan preocupada estuvieses no pensarías en saltar... crees que eres la única que va a morir, pero estarás matando también a la parte de ti que hay en cada uno de tus amigos o familia.
   Eva, aún de cuclillas, la escuchó enfadada, aquella mujer la había engañado y ahora quería convencerla para que se bajara de allí.
            - ¡Ni amigos ni familia, nadie es lo que dijo ser! – Gritó frustrada – ¡Ahora déjame en paz, saltaré digas lo que di...!
            - Duele, ¿verdad? – Interrumpió la mujer – Llevo asomándome al balcón de este piso durante toda mi vida, y siempre pensé que ahí abajo, donde ya no habría más que tripas y olor a muerte, era la nada; y a veces, la nada parece apetecible comparada con un dolor insoportable. Algo que parece que se instaló dentro de ti para no marcharse, ¿no es así? – La mirada de la mujer mayor se había tornado melancólica, a juego con el color del cielo.
            - ¡No sabe lo que dice, está delirando!, ¡váyase de una puta vez o...! – “Así es” pensó Eva.
            - ¡Ja!, me amenazas hablándome de usted, sin perder los modales hasta el final, ¿eh? – Eva se cabreó aún más, “¿me está vacilando?” – Mira, si quieres saltar, salta, pero antes me vas a escuchar... crees que no vale la pena sufrir de esa forma y quieres sentirte libre, pesan tanto tus cadenas que no quieres volver a moverte nunca más para no sentirlas. Y luego está esa sensación de ser la única que está pasando por eso, o de ser la única que no puede soportarlo, ¡venga ya!, mira a tu alrededor, todos sufrimos, todos lo hacemos de alguna u otra forma. Yo por ejemplo, estoy sufriendo ahora al verte ahí arriba, y sufro porque aún no han venido mis hijos del parque, y mira el tiempo que hace. Pero el dolor y el sufrimiento tienen su utilidad, mientras más eche de menos a mis hijos, más fuerte será el abrazo que les dé al llegar a casa, mientras más días esté lloviendo, más parecerá que brilla el Sol cuando salga. Ahora tienes la oportunidad de elegir si saltar o no, pero si decides saltar... se acabó tu libertad, ya no habrá más opción que la caída. En cambio si retrocedes, tendrás un resquicio de libertad. Escúchame hija... – Se detuvo un momento, Eva la escuchaba, pero estaba con la vista perdida en la distancia. Se estaba empapando y empezaba a sentir mucho frío. En la fachada de enfrente habían varias personas asomadas a las ventanas, viéndola allí subida y cuchicheando entre ellas. “seguro y habrán llamado ya a la policía” pensó Eva.
            - Tengo que... – dijo en un susurro. No sabía si lloraba, en caso de hacerlo pensó que no distinguiría las lágrimas de la lluvia que corría por su rostro.
            - No tienes que hacer nada. Lo has perdido todo, se nota en tus ojos, ahora sólo te queda algo que perder, y está ahí abajo, en el asfalto... dentro de media hora puedes ser una mancha en la calle de abajo o alguien viva con un corazón manchado. ¿Qué prefieres ser?
            - ¡Deja de hablar de mí como si me conocieras!, ¡No sabes nada de mí!, ¡Guárdate tus palabras!, ¡No se trata de lo que quiera ser, sino de lo que no quiero ser... de lo que no quiero sentir!... ¡se acabó, no voy a volver a sentir, no quiero volver a hacerlo! – Rompió a llorar, y al mismo tiempo, ella se rompió al llorar. Si creyó que no diferenciaría las lágrimas de la lluvia estaba equivocada, sus lágrimas escocían y estaban calientes. La nariz se le llenó de mocos y si algún día había construido un dique en sus ojos, hoy había reventado.
            - ¡No te mereces sentir, ni tan siquiera sentir el dolor, salta de una vez! Saltar es fácil, está hecho para las cobardes como tú, para las que no merecen ver salir el Sol, ¡vamos!, ¡Sentir solo está reservado para las personas valientes!, ¡tú no te lo mereces!
            - ¡Cállate!, ¡¡cállate!! – Eva dio un paso atrás - ¡Cállate! – Dio otro paso atrás – Cállate – dijo entre susurros, se bajó del borde y escondió la cabeza entre sus piernas, estaba tan deshecha que creía que perdería la consciencia. 

   La policía la encontró hecha un ovillo. La taparon con una manta y la bajaron despacio.

   Lo próximo que Eva recordó con claridad era estar sentada en comisaría. Dos hombres se le presentaron como un oficial de policía y el psicólogo de la comisaría. No había levantado la mirada hasta entonces. Como los dos hombres veían que no hacía caso alguno, el policía empezó a narrarle los hechos al otro señor: “Los vecinos dijeron que la vieron hablar con alguien, pero cuando llegamos, estaba ella sola en el ático” dijo el policía.
            - Hablaba con una señora – Dijo Eva casi en un suspiro. El psicólogo se adelantó, puso sus manos sobre las de Eva y le preguntó:
            - ¿Estás bien?, ¿Puedes mirarme?
            - Estaba asomada al balcón del piso de abajo, el de la izquierda – Respondió sin hacer caso de las preguntas del psicólogo. Éste asintió y preguntó:
            - Eva, ¿te dijo como se llamaba aquella señora?
            - No, sólo dijo que esperaba a sus hijos.
   El policía se acercó al otro hombre y le susurró algo al oído. Ambos parecían muy serios.
            - ¿Qué pasa? – Dijo Eva levantando por primera vez la vista del suelo.
   El hombre que tenía las manos sobre las suyas miró al policía y asintió. Luego el policía dijo:
            - Eva, eso es imposible, la única señora que vivía allí murió hace unos meses... fue...
            - ¿Qué ocurrió? – Instó ella.
   Los hombres se miraron dubitativos hasta que el psicólogo volvió a asentir, esta vez, sin apartar la vista de los ojos de Eva.
            - Fue un caso de violencia de género. El marido mató primero a uno de los niños en el parque, después a su mujer en casa y luego se suicidó disparándose con una escopeta. El otro niño resultó gravemente herido de un disparo, aún está recuperándose.
   Hubo un silencio en la habitación, Eva parecía haber despertado de un profundo sueño. Aquel silencio podía sentirlo fuera y dentro de ella... parecía pasar por sus ojos una vida entera en señal de duelo.
            - Al niño... a... a su hijo... deberían decirle cuando se recuperase, que su madre fue una valiente y que esta mañana... me salvó la vida.

***
  Poco después Eva salió de la comisaría. Arriba en el cielo, entre dos jirones grises... se escapaban unos rayos de sol que brillaban como nunca lo habían hecho. Eva respiró hondo, olía a humedad, a tierra mojada y a libertad.

1 comentario:

  1. Joder, hacía tiempo que no me emocionaba leyendo.
    Trasmites lo que escribes. Fui Eva y la señora en algún momento del relato.

    No suelo repetir, pero hoy voy a volver a hacerlo, con la parte de "mientras más eche de menos a mis hijos, más fuerte será el abrazo que les dé al llegar a casa", es precioso y triste.
    Pero da ganas de vivir más.

    Te enlazo en mi blog sino te importa para leerte más a menudo.

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