miércoles, 10 de diciembre de 2014

ELLA, LA MÍA


En el fondo sabía que un día la escribiría.

La mía
la mía vivía al margen
que era donde solía escribirla.
Así era;
y vivirla donde ella vivía
era, también, como vivir entre líneas
pero con un nauseabundo olor a tuberías.

Si fuera por ella,
no sabría nunca donde andaba metida
ni porque lloraba,
ni porque esa manía suya
de andar arrastrando los pies
descalza
como si quisiera frenar al mundo
rayarlo
o romperlo;
poco más le daba.

Sólo sabías de donde venía ella
cuando la veías trepar por la pared
proclamando haberse enamorado
del filo de una espada.
Nunca de quien la portaba.

La mía
tragó tantos desfiladeros
que ahora ya
no hay rapaz
que no la quiera sobrevolar.

Era, ella, el margen,
la buhardilla repleta
de antiguos libros
y nuevas risas
a la espera de tempestades;
defensora bipolar de las caricias
declaraba la guerra a todos los dedales

Sabía que sólo negando el permiso a prohibidos la veías venir.

Al menos, casi siempre
ella indemniza el siniestro de un tropiezo,
la ironía de la caída,
con precipicios. Convexos.
Hacia dentro.

No había ambición que la abarcara
cuidarla sólo era otro camino más de huida,
no había sueño que la soñara
ella me costó la vida.
Sobrevivirla sólo era otra forma de morir.

Empujarla al olvido
era como intentar hacer
apología de la vejez.
¡Una locura de atar!

Ella, la mía.
Ella, la vuestra
Nos la andamos prometiendo con un mínimo de interés,
nos la hemos escondido, amordazado, apartado, arrancado…
para que no nos dejara ver
lo mucho que nos andamos matando. 

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