En el
fondo sabía que un día la escribiría.
La mía
la mía
vivía al margen
que era
donde solía escribirla.
Así
era;
y
vivirla donde ella vivía
era,
también, como vivir entre líneas
pero
con un nauseabundo olor a tuberías.
Si
fuera por ella,
no
sabría nunca donde andaba metida
ni
porque lloraba,
ni
porque esa manía suya
de
andar arrastrando los pies
descalza
como si
quisiera frenar al mundo
rayarlo
o
romperlo;
poco
más le daba.
Sólo
sabías de donde venía ella
cuando
la veías trepar por la pared
proclamando
haberse enamorado
del
filo de una espada.
Nunca
de quien la portaba.
La mía
tragó
tantos desfiladeros
que
ahora ya
no hay
rapaz
que no
la quiera sobrevolar.
Era,
ella, el margen,
la
buhardilla repleta
de
antiguos libros
y
nuevas risas
a la
espera de tempestades;
defensora
bipolar de las caricias
declaraba
la guerra a todos los dedales
Sabía
que sólo negando el permiso a prohibidos la veías venir.
Al
menos, casi siempre
ella
indemniza el siniestro de un tropiezo,
la
ironía de la caída,
con
precipicios. Convexos.
Hacia
dentro.
No
había ambición que la abarcara
cuidarla
sólo era otro camino más de huida,
no
había sueño que la soñara
ella me
costó la vida.
Sobrevivirla
sólo era otra forma de morir.
Empujarla
al olvido
era
como intentar hacer
apología
de la vejez.
¡Una
locura de atar!
Ella,
la mía.
Ella,
la vuestra
Nos la
andamos prometiendo con un mínimo de interés,
nos la
hemos escondido, amordazado, apartado, arrancado…
para
que no nos dejara ver
lo
mucho que nos andamos matando.
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