Lo había conocido
hace mucho o demasiado tiempo, en una discoteca. Ella saltaba al ritmo de la
más aborrecida música de aquellos lugares, embriagada por el alcohol y animado
por sus amigas. Hasta que uno de sus tacones cedió a la diversión y se rompió.
Salió de la sala de baile a duras penas. Se descalzó y salió a la puerta,
pretendía llamar a una de sus amigas para que la llevara a casa. Las cinco de
la mañana, logró ver en la pantalla del móvil antes de que se apagara, y
encima, unos chicos la miraban como quien mira la cena. Recelosa, se alejó
andando de la entrada simulando estar hablando por teléfono. Fue allí, a pocos
metros del lugar cuando se encontró con un muchacho, absorto, mirando un
teléfono, llevaba una gran mochila colgada a la espalda y un gesto infantil
tatuado en la cara.
- Perdona, ¿me
dejas hacer una llamada? – Le preguntó casi sin querer.
- Claro – Le tendió
el móvil.
A ella le sorprendió
tanta amabilidad, aún así lo cogió y llamó al número de su amiga. Mientras
sonaba el teléfono al otro lado, dibujó en sus ojos a su recién conocido: Era
alto, tenía el pelo castaño y desaliñado, gesto despreocupado, y como ya observara
a simple vista, aspecto infantil. Vestía como se peinaba, descuidadamente. Lo
que más llamaba la atención era la enorme mochila que llevaba encima. “Es como
el típico mochilero guiri, pero...de aquí” pensó, y viendo que no contestaban
al otro lado del teléfono, dijo:
- Eres como el
típico mochilero guiri, pero... de aquí.- Le devolvió el móvil y le dio las
gracias.
- Soy un mochilero,
nada típico y de aquí, si con aquí te refieres a lo que pisan tus pies
descalzos
- Ya... fue un
accidente. ¿Qué haces por aquí a estas horas, es que los mochileros no dormís?
- Sólo si hay
buenos sueños al otro lado, y yo... también he tenido un accidente, me quedé
sin hostal esta noche, un error de cálculo...
Así estuvieron
hablando de todo, pero sin apenas decirse nada. Sin querer estaban paseando
por una avenida cercana, sin querer llegó el alba, sin querer creyeron conocerse
sin hacerlo, y queriendo... queriendo más que nada en aquella noche, se la
pasaron abrazados en la cama de ella. Ella que se llamaba Nuria, y él que se
llamaba promesa, o eso se le antojaron a los dedos de Nuria al pasearse por el
piano; “Promesa”, así llamó a la canción que compuso en su nombre, a la canción
que él nunca escuchó.
Sabía que se iría,
como quien sabe que se irá el verano y aprovecha cada segundo que le regala el
Sol. Durante aquella noche él no hizo más que contarle historias de mil
caminos, de piedras con posturas imposibles abandonadas en lo alto de alguna
montaña, del arrullo de decenas de ríos, de sombras de miles de pinos, del
rubor de las cascadas en la lejanía, de vientos que corrían deprisa, de brisas
que acariciaban despacio, de aromas que embriagaban y cedían ante el verano. Le
habló de aventuras, le dijo que la quería, le recitó una poesía valiente y
descarada, directa a la piel. La convenció de que prefería su compañía a la del
camino. Pero se fue... eso sí, prometiendo volver.
Pasaron los años,
pero no olvidó el tacto de sus latidos, sus dedos lo recordaban bien, para ella él
era la música más desatada, para ella él era cuando su piano temblaba... cuando
ella le contaba a las notas las historias de los caminos que dejaron sus labios en su piel
Notas, musica y labios en su piel...
ResponderEliminarUn texto sonoro e imaginativo que invita a releerse.
Saludos almendrados ;)
Gracias por comentar Tey, y más en un momento como este. :)
ResponderEliminar