El llanto repentino
distrajo la atención de aquel hombre, que al mirar la silleta del bebé perdió
la oportunidad de pedirle la cuenta al camarero que pasaba por su lado en ese
momento. Salió del restaurante dos minutos más tarde de lo que lo habría hecho
si hubiese pedido la cuenta antes. Volvió al trabajo y justo cuando iba a coger
el ascensor que lo llevara a su oficina, la puerta se cerró, recordó los
últimos análisis médicos y decidió subir por las escaleras, cuando iba por la
cuarta planta, el esfuerzo le recordó que tendría que ir al baño, así que antes
de sentarse en su despacho pasó por el servicio.
Allí, sentado,
escuchó como entraban dos hombres y empezaban a hablar sobre una fiesta
sorpresa, eran dos de sus compañeros, así que puso atención en la fecha y el
lugar. Sin quererlo había atropellado la sorpresa de aquella fiesta. Se haría
el sorprendido, eso está claro, pero también aprovecharía la ocasión para ir “casualmente”
bien vestido.
Al día siguiente,
compró una americana en una de las tiendas de la calle de la Platería. Allí
discutió sobre el nombre del color de una de ellas: “Cobalto” decía la
dependienta, “Marino” le quiso corregir él… Cuando terminó por escoger una, fue
a tomar algo en una cafetería, que además de servir el mejor café de aquel
rincón del mundo, también servía de trampolín a escritores noveles, pues allí
se mostraban obras descatalogadas de cualquier editorial.
Mientras tomaba el
café e imaginaba la cara de sorpresa que debería de poner al día siguiente, se
fijó en un libro, pues su portada era de color azul marino. Se titulaba: “Un
suspiro en un mundo donde no se puede respirar”. Ni tan siquiera hizo el amago
de cogerlo, aunque el título no le dejó indiferente.
Al día siguiente,
sus amigos le insistieron en ir a tomar una copa después del trabajo, y él, que
al principio se negaba escondiendo una sonrisa, acabó por ceder. Al entrar le
esperaban todos sus amigos y una canción de cumpleaños feliz. La cara de
asombro ensayada fue perfecta. Para todos excepto para la amiga de una amiga,
es decir, una desconocida, cuya afición era el teatro alternativo y las clases
de interpretación. A ella no le habría engañado ni el mejor de los ensayos. Así
que cuando tuvo oportunidad se acercó a él, se presentó y le dijo:
- Ya sabías
que iban a darte esta fiesta, ¿verdad?, aunque tengo que reconocer que ha sido
un lindo espectáculo tu cara de asombro.
Desconcertado al
principio y altanero después, respondió:
- El lindo
espectáculo está aquí, diciéndome lo que sólo para ella ha sido evidente.
- Sólo
sonrieron tus labios, te olvidaste de tus ojos
- ¿Y
ahora?, ¿sonrío de verdad ahora? – Hubo un silencio cómodo en ese momento. Seis
momentos después bailaba con ella.
Llegado un punto de la noche donde el alcohol lo hacía osado, le susurró con una balada de fondo, el título de aquel libro que leyó:
- Esta noche has sido para mí, como un suspiro en un mundo donde a veces creo, que ni se puede respirar.
Llegado un punto de la noche donde el alcohol lo hacía osado, le susurró con una balada de fondo, el título de aquel libro que leyó:
- Esta noche has sido para mí, como un suspiro en un mundo donde a veces creo, que ni se puede respirar.
Creyó que no surtió efecto, pues no reaccionó
de ninguna forma, pero entre latido y latido se coló aquel suspiro del que
hablaba y casi sin darse cuenta, ella quiso conocerlo.
Una vez, dos, tres y hasta seis años pasaron hasta que ambos
se casaron. Pero eso es otra historia con sus propias casualidades cosidas al
milímetro.
Sólo me detendré al
final. En la curva de aquel suave círculo que describe todo el camino y que a
la vez, delimita el punto y continuará de cualquier historia…
Al final, aquel hombre que estuvo un día en aquel primer bar, abrió la
boca, no porque tuviera sed o hambre, ni porque quisiera llamar la atención, simplemente
la abrió y después murió.
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