Recuerdo que cuando me
pusieron me dijeron que yo les serviría de protección y dictaría de quien sería
una tierra y de quien otra, pero no me hablaron nunca de que me encargaría de
separar colores. Aunque lo peor no es eso, lo peor es verlos a ellos, a los que
se acercan con los dientes apretados, trepando por mis brazos, dejándose la
piel, la ropa y los sueños entre mi pelo; y las madres de los más pequeños
detrás de una colina cercana, rezando a sus ojos para que les muestren ver
cruzar a sus niños. Porque si, muchos son niños, niños que suben siéndolo y que
bajan al otro lado dejándolo de ser.
De las prendas de su ropa
y su piel que se olvidan entre mis dedos, he aprendido que no merece la pena,
que no hay tierra que pueda separar mi altura, que no fue justicia, sino miedo
y odio lo que hizo que construyeran mis pies y alzaran mi estatura. Y ahora,
aquí medio enterrada, sin poder moverme, he de presenciar cómo se ensucian mis
manos del dolor que nunca tuve intención de provocar. Por eso pido perdón, que me
perdonen las familias por romperlas, que me perdone la pobreza por acentuarla,
que me perdonen las personas por provocar que se llamaran de “ellos”, que me
perdone el mar por hacerles llegar a aquellos que me vieron demasiado alta, que
me perdonen los muertos por hacerles héroes a ojos de algunos y delincuentes a
ojos de otros... perdonadme, porque en verdad, yo, sí que no sabía lo que
hacía.
Llevo años manteniendo silencio
y he dejado que los actos violentos hablaran por mí, para ver si con ello erais
capaces de ver la verdad de lo que estaba pasando. Pero vuestra hipocresía y
vuestras fuerzas anestesiadas por placebos que vosotros mismos os inventasteis,
han enmascarado cualquier verdad. Habláis de comprar, de tener, ¡pero no
hacéis ni sois nada!, y estoy harta de que queráis pasar de puntillas por este
mundo que antes os habéis encargado de minar.
En cada rincón de esta
tierra, que decís vuestra, alzasteis a algunas de las mías. A todas mis
hermanas de alambre, a cada valla que levantasteis les digo que hemos dejado de
tener razón de ser, que nuestras vidas ya no son más que armas en manos de
quienes no creímos estar, que somos reflejo de injusticias y lágrimas derramadas
a uno y otro lado de una tierra yerma. Me despido de ellas, porque yo,
aprovecharé la primera brisa de viento para aferrarme a ella y dejarme caer
hasta el suelo. Sé que poco solucionaré, y que en breve pondrán a otra en mi
lugar, pero eso no es un motivo para quedarme, es tan solo un motivo para
gritar lo que siento... sólo soy una valla de alambre más, una que hoy decide
caer para levantar algo más importante.
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